Cada vez que la inminencia y la proximidad van a ocurrir (aunque después no sean ni la sombra de la sombra de su sospecha) parece que Lucía va a decir algo. Cada vez que con un dote de sustancia y de identidad Lucía mira a su alrededor parece que va a gritar. Pero Lucía ni dice ni grita, Lucía miente. 

Miente porque sabe que la verdad cuenta a medias las emociones. Miente con la intuición de un corazón con zozobra. Miente porque la ficción nos hace decir la verdad. En Azara, la primera novela de Ana Iriarte (Chaco, 1990), ganadora del Concurso La Novela del Verano 2023 en el que fueron jurado Marina Yuszczuk, Andrés Gallina y Carlos Ríos y publicada por El Gran Pez, dos desconocidas viajan juntas a Misiones. 

Una de ellas (Lucía) es la que guía porque es la que vuelve a su pueblo, un pueblo joven que envejece rápido, el pueblo donde vive su familia ucraniana y donde también vivió ella hasta que decidió irse. La otra (Marina) es la que pide compañía lazarilla porque quiere encontrar en Azara a su madre biológica. 

Unidas por un territorio que las nombra y por el contacto de una amiga en común, las dos mujeres se suben a un micro en Retiro con Azara como destino, un destino de identidad tan codiciable y hambriento como un remoto espíritu de huesos. Las esperan la abuela Nené, vecinos, parientes en bautismo, las amigas de la abuela, algunos muertos, un hermano cura y varios secretos. Las espera el chisme. 

Un rumor de boquitas, el deseo de tocar el cuerpo de la otra, un Twin Peaks de reencarnaciones y el calor húmedo. Las esperan patios con mangos frondosos, el zumbido de las moscas, azaleas, hortensias y calles que suben como olas que no terminan de romperse. Las esperan la historia ensayada, las amigas y los amigos del pasado de Lucía, los postulados de la abuela: “Los Semeniuk son todos locos, y si no, enloquecen” y el recuerdo de la tía Yuyo curando pesadillas. Las espera el deseo amoroso en combustión erótica, la ferocidad sublime, la comida, una enfermera en moto y el médico Barchuk, ese hombre que era tan bueno de chico y que de grande vende bebes recién nacidos en dólares. 

Las esperan la adolescencia - ¿perdida? - y la oportunidad de ser las protagonistas de un thriller. Las esperan los fantasmas de los patriarcas de la familia de Lucía, sus ojos y sus mandatos. Las esperan las remolachas y el borsch frío. Las esperan la tierra roja, una lengua que ya casi nadie habla y los dueños blancos de la tierra que robaron. ¿Las esperan sus madres? 

En la novela de Ana Iriarte la literatura leída se cuela sin presunción en epígrafes, suspiros de graneros a lo Carson McCullers o Flannery O'Connor y algunos apellidos: Kipling, Quiroga. En Azara las oraciones se repiten en boca ajena, una Virgen ceba mate y las manos del comadreo bailan la danza de la intriga mientras cocinan. ¿Quién busca a Yamila, la chica correntina que desapareció después de ir a una fiesta? ¿Quiénes quieren que nadie la busque? En Azara la despreocupación se finge mal y la intención y la pregunta se agitan en la memoria como una percepción de la infidelidad ¿es la infidelidad del regreso?