Claudia no extraña al Mago, pero sí su mundo. ¿Cómo vivir sin esa complicidad con el renombrador de las cosas? La casa era Avalon, la moto era el Makara; ella era la Pitonisa, Guille el Celta, la nafta era juguito de dino, y así. Va a extrañar también el sueño de que algún día vivieran juntos. Y al sótano, la cripta para las experiencias en magia. Solo ellos dos saben de su existencia. O quizás también el Celta, sospecha ella.

El sótano fue su primer trabajo de liberación: los pretos velhos. Lo hizo gratis. Aprendió pronto a cobrarlos bien cobrados. Ya dejó a buen recaudo los dólares que se trajo desde La Chorrera. Ya lleva algunos años aplicando sus dotes de clarividente al objetivo mundano de guiarse en sus ahorros y en sus inversiones. Lo hace por la Yesi, por eso no le genera mal karma. Ya ha sacado cuentas: le falta poquito para la casa.

Le pesa la mochila; se sabe cuerpo cansado. Ella ahora es otra. Ella ahora ya es nadie. No quiere más la vida en la pobreza, el tener que sostenerse en la existencia a cada paso. Abundancia, repite para sí. Yo Soy la Abundancia. Yo Soy Abundancia. Mi nombre es Abundancia. “¡Doña Abundancia! ¿Cómo le va?” “¡Muy bien, como siempre!”. Al contado, decreta; en dólares, bien lejos de la villa y nada de andarse con albañilerías y humildades. Se cansó del descenso. Se cansó de ver tanto perro flaco que hurga buscando huesos entre el barro, entre el limo asqueroso de la zanja y la basura putrefacta. Se cansó del olor a cloro y a pañales, aun mezclado con azahares. Se cansó de los vecinos que charlan gritando como gallos. Ya sale de la ruta, ya sube por el caminito de tierra y se interna en el estrecho pasillo; ya rodea el alambrado por la tranquera lateral y atraviesa su patio de cemento. Ya sale a recibirla Sol, el gran gato naranja, que salta de la redonda mesa de portland, la reconoce y maúlla contento. Por el patio se extiende la soga, en donde ella antes de irse tuvo el cuidado de no dejar colgado nada. Contra la casa, bajo el alero, divisa el piletón de material y sus plantas. Siente una presencia en la casa, algo anómalo o fuera de lugar que no logra definir.

Cuando pone la llave en la cerradura, se topa con un obstáculo que la frena. La puerta está con llave, cerrada desde adentro. Empuja y empuja hasta sentir el invisible chasquido metálico en el piso, del otro lado. La acomete un pánico sordo y sin grito, pero intuye que todo va a estar bien. Abre la puerta y lanza un suspiro de alivio al ver, sentada en el sofá del living, encorvada sobre el teléfono celular, a su hija, la Jessica.

—¡Clau!

No le dice mamá, la muy guacha.

—¡Yesi!

No sabe si abrazarla o librar su espalda de la mochila; primero se saca el peso.

Después, va al baño a orinar.

Siente presencias oscuras en la casa; intuye que va a tener que purificarla.

Ey, Pili, esta noche toca en Planeta X el ex bajista de la banda del novio de mi vieja, que acaba de llegar de... o del ex, nunca se sabe, nunca sé si tengo un padrastro o si soy una completa huérfana… Pili, a vos lo que te digo te entra por un oído y te sale por el otro. Te mandé el flyer, miralo. ¿Qué mierda te pasa? Boluda, ¿qué te pasa? ¿Por qué gritás como en una de terror? ¿Qué va a ser traumante eso? ¡Es un dibujo! Sí, una calavera con ojos y sombrero, ¿y qué? Es Baron Samedi, el señor del Inframundo, en el vudú haitiano. Es donde viven los muertos. Están muertos, Pili, no pueden hacerle más nada a nadie. Ay, Pili, no podés más de boluda. ¿No ves que es un dibujo? Es el logo de la banda. Se llama así, Baron Samedi. Vamos juntas. Porque si no, me aburro. No, boluda, no sos un payaso que me tenés que entretener. Sos mi amiga. Má sí, voy sola y me levanto un viejo. De bronca me levanto un viejo. ¿Pero qué querés que te cuente? Porque vos después te traumás. Son como aliens pero no tan arrugados, un poco menos. Sí, la seducción es una abducción. ¿Quién abduce a quién? Yo a ellos, los estudio y te mando la data, Pili, no podés de cagona, ¡comete uno vos también! Ay, no, ella sigue siendo María del Pilar con colegio de monjas y todo. ¿No sabés que las colegialas los excitan? O sabés pero te hacés bien la boluda.

—¿Qué fue eso, hija?

—Toca el Celta en Planeta X con su otra banda.

—¿Pero no tenía la mano rota? ¡No me avisaron nada!

—Ya pasó mucho tiempo. Yo era una niña.

—Dame un abrazo, hija. Te extrañé.

En el sueño del Mago, es de noche en el interior de la cocina comedor de Claudia, iluminada con luz cálida. Claudia está detrás de una barra de cemento que la rodea por delante y por el costado. Es una refacción que ella siempre quiso hacer, uniendo el comedor y la cocina, y en el sueño ya existe. Acomoda un mantel redondo o carpeta de unos treinta centímetros de diámetro sobre un prisma rectangular apoyado en la barra corta del costado y arma así una barrera. El Mago la ve aunque él no esté presente en el lugar ni ella lo vea. Claudia ahora toca un ritmo repetitivo con unos instrumentos improvisados que hacen las veces de tambor chamánico. Para la eficacia del ritual es importante que ella sepa bien quiénes están presentes, tanto de este mundo como de los mundos invisibles. Pero él la está soñando sin que ella lo sepa. Y eso a ella le genera un ruido que no sabe cómo solucionar, porque ignora la causa.

Madre e hija cenan juntas, mirando el noticiero, recobrando una antigua complicidad. “Simplemente no sabemos qué carancho pasó”, declara desquiciado ante las cámaras el portero de Tribunales, a quien ellas reconocen de la villa. Él ni sospecha que acaba de ganarse entre sus vecinas el apodo de “Carancho”. Pasan un video de seguridad que repite, una y otra vez, el estallido de las esquirlas del detector de metales, que caen incrustándose en el enorme cuerpo de un hombre de traje pardo y lo destrozan. Ven una vez más cómo, en ese último instante en que todavía estaba entero, el tipo corre enloquecido. Yesi está fascinada; Claudia cree conocerlo y se horroriza. La madre del herido habla en vivo. Llora por este hijo y por el otro, por el que murió. Claudia se compadece de cómo una seguidilla de desastres le ha ido arrancando los frutos de su vientre. Gemelos mellizos los dos, Gabriel y Lucio. Aquella madrugada fatal, Gabriel dormía pero sintió el porrazo, el golpe contra los equipos que iban en la parte de atrás de la combi donde viajaba su hermano. Gaby lo sintió, despertando de un sueño. Me dijo: mami, mami, algo le pasó a Lucio. Yo le decía: Lucito, basta de hacer bochinche con esos tachos de porquería que nosotros mismos te compramos por la presión que nos metiste, por qué mejor no aprendés de tu hermano que terminó Abogacía… y gracias a Dios que terminó, porque así supo cómo buscar justicia por lo que le pasó a mi Lucito.

Claudia conecta los puntos: ¡Nigredo! ¡La banda del Mago! Musita una plegaria por esa madre, que ya se lanza a hacer especulaciones sobre la banda maldita de black metal. “Esos muchachos no eran buenos. El que manejaba la combi vivía en la villa y se decía que andaba en ritos satánicos; el otro chico también era de la villa y los dos venían de la construcción. Peones, nomás. El único de buena familia como la nuestra era aquel colorado que anduvo por Suecia. Pero ése también andaba en cosas raras…”.

“El que manejaba” es el Mago, el Égar. La madre lo culpa de las dos tragedias de sus hijos; lo demoniza. Claudia lo sospecha cerca, escondido, pensándola. No sabe si él le responderá desde lo hondo de la cripta si ella cruza el pasillo de tierra y llama.