Primer indicio de mala relación: Rusia informó que encontró petróleo en la Antártida, sin pasarle primero el dato a la Argentina. Segundo: el informe oficial se hizo en la reunión de los BRICS, la organización a la que Javier Milei no quiso entrar. Tercero: en el comunicado oficial, no consigna que es territorio reclamado por Argentina. En otras épocas, de mejores vínculos, las cosas hubieran sido distintas: avisaban primero y tal vez ponían que es territorio reivindicado por el país. Como se sabe, la zona es reclamada como propia por Argentina, Chile y el Reino Unido: ninguno de los tres países quiere que se modifique el actual status quo, o sea, pretenden que siga rigiendo el Tratado Antártico que congeló los reclamos territoriales. Si se abriera, se agudizarían las pretensiones de los pesos pesados: China, Rusia, Estados Unidos y algunos de los países europeos. Argumentarían que ellos exploraron, que tienen derechos científicos y razonamientos parecidos. El Reino Unido sostiene una cuestión burda: que tiene derecho porque es zona contigua a un territorio que afirman que es propio, las Islas Malvinas. Un dato impactante: Estados Unidos emitió un documento este viernes, firmado por el presidente Joe Biden. Es el primer texto sobre la cuestión antártica, con rúbrica presidencial, desde 1994, y tiene el evidente objetivo de marcar la cancha: “nosotros también jugamos”, es el mensaje. Y, globalmente, lo que está sucediendo es que el Atlántico Sur se reafirmó como una zona de máximo interés para todos. Por el petróleo, por los minerales, por la pesca y por el paso interoceánico. En ese marco, lo que menos sirve es la política exterior de la Cancillería, servil a Londres y Washington. Lo que haría cualquier país serio es fortalecer su reclamo por Malvinas y la Antártida. Y no sólo el reclamo: ponerse firme en materia de pesca, petróleo, ciencia y en el patrullaje de toda el área.

Pocos votos

La Argentina afronta el anuncio de Rusia en un mal escenario. El reclamo antártico tiene dos fundamentos: la cercanía con el continente y con Malvinas, islas que “heredamos” de España tras la independencia. Pero hoy por hoy hasta está en duda si el caso Malvinas se puede volver a presentar este año, como casi todos los años, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Sucede que las diatribas de Javier Milei, los papelones de la canciller Diana Mondino y el alineamiento con Estados Unidos e Israel ya no garantizan los votos mayoritarios contra el colonialismo británico en el Atlántico Sur: la Argentina pasó a estar en la vereda de enfrente de Rusia, China y los países árabes. Se supone que los latinoamericanos seguirán acompañando, más por tradición que por empatía con la Casa Rosada. Lo cierto es que perdimos la casi unanimidad que teníamos.

Ruido a venganza

La Argentina, como todos los países antárticos, sabían de la exploración rusa, porque no se pueden hacer trabajos sin notificar. Pero parece evidente que el Kremlin se tomó una pequeña venganza, en especial por la sobreactuación del gobierno de Milei respecto de Ucrania. Ya en tiempos de Alberto Fernández se marcó distancia con Vladimir Putin por la invasión a Ucrania, incluyendo el freno a un barco de gas, aduciendo que había sanciones por la guerra. También se votó en contra de Rusia en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Y finalmente, además de las declaraciones contra “los asesinos comunistas”, más contra China que contra Rusia, vino Volodimir Zelensky a la asunción de Milei.

Rusia hizo el anuncio, sin avisar, y aunque está claro que no se puede explotar (por ahora) el petróleo de la Antártida, el Kremlin mandó el mensaje de que tarde o temprano va a participar del juego. Les importa la pesca, pero principalmente se consideran una potencia y, por lo tanto, con aspiraciones en todos los rincones del planeta.

Mucho militar, poco científico

Para el mundo entero, el territorio antártico es -tal vez ya no sea- escenario de paz y ciencia. Desde los años 50 del siglo pasado, la Argentina mantiene una presencia sólida y constante, pero con preeminencia militar. “Muchas bases (13), poca ciencia”, dicen los especialistas críticos. Para las Fuerzas Armadas siempre fue terreno propio y no les gusta nada que otros metan las narices.

Este año se está a punto de inaugurar una pista de aterrizaje en la base Petrel, que está a nivel del mar, y permitirá vuelos los 12 meses. Fueron obras que empezaron en el gobierno de Fernández, con Jorge Taiana como ministro de Defensa, y servirán de conexión entre todas las bases. Puede, además, brindar servicios a otros países por lo que constituye un importantísimo paso adelante desde la infraestructura. Sin embargo, la mejor afirmación de soberanía en ese territorio pasa por la ciencia. En Petrel está el proyecto de un laboratorio de casi 100 metros, pero hay que ver si se concreta. Siempre está la excusa presupuestaria.

No sabe, no contesta

Como en la mayoría de las áreas de gobierno, la administración Milei no gestiona nada. Por lo tanto, no salió a la cancha a decir que se habría encontrado petróleo en la zona antártica que la Argentina reivindica como propia. Dejó que lo hicieran los ingleses. Tampoco tiene iniciativas respecto de las Islas Malvinas, salvo los elogios a Margaret Thatcher. Y en cuanto al Atlántico Sur y la pesca, se envía el mensaje de que la Argentina necesita guardacostas norteamericanos como el que vino recientemente, porque “existe el peligro chino”. O incluso se requiere la asistencia de un gigantesco portaaviones, como el George Washington, que irá al Atlántico Sur a partir del 30 de mayo. Se habló -después tuvieron que desmentirlo- que se preveía poner una base con Estados Unidos en Ushuaia. “Argentina sola no puede”, es el mensaje que se le da al mundo.

El resumen es alineamiento con Estados Unidos, el Reino Unido e Israel, sumado a inacción e ineficiencia. No un desarrollo independiente, atajando la ofensiva de todas las potencias. Es que el centro está en otra cosa: el presidente está concentrado en ser influencer de la ultraderecha del mundo. No se ocupa del día a día ni de lo estratégico. 

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