A principios del siglo XX, operó en la Argentina una red de trata de personas integrada por proxenetas de origen judío conocida como Zwi Migdal. Con la promesa seductora de un futuro mejor, la organización reclutaba mujeres judías de Europa oriental para esclavizarlas sexualmente. Pero la historia cambió cuando Raquel Liberman, una de esas víctimas, declaró ante la justicia en 1929 para denunciar a sus explotadores.

En ese contexto, por mucho tiempo silenciado, se inspiró la narradora y dramaturga Patricia Suárez cuando en el 2000 escribió Las polacas, una trilogía de obras teatrales -Casamentera, La Varsovia y Desván- donde reconstruye con elementos de la ficción el horror vivido por aquellas inmigrantes. Una de esas piezas, La Varsovia, que tuvo su primera versión en 2002 dirigida por Laura Yusem, nunca dejó de representarse y llegó incluso a estrenarse en Bolivia y México. Y hoy, al calor de las luchas feministas, esa historia vuelve resignificada para seguir contando la realidad de Mignón y Rachela, dos mujeres que viajan en barco desde Polonia a la Argentina y a las que une el mismo destino trágico.

Dirigida en su última versión por Mirén Remondegui, y protagonizada por Cecilia Lucero (Mignón) y Bela Spatik (Rachela), la obra transcurre su segunda temporada y pone el foco sobre una problemática que sigue vigente. “Era un secreto a voces lo que ocurría. Muchas sabían que venían al país a prostituirse, pero era lo único que las sacaba de su situación. Era eso o la muerte”, asegura Patricia Suárez.

El clima de época actual, atravesado por la concientización en torno a la violencia de género, se cuela en todos los ámbitos, y es el que permitió que la trata de personas llegara al prime time televisivo a través de la novela Argentina, tierra de amor y venganza, donde se retrata el modo en que operaba esa red rechazada por la misma comunidad judía. “La historia de la Zwi Migdal se conoce poco, pero con la novela esto se visibilizó muchísimo, entonces está bueno aprovechar esta ola”, sostiene al respecto Remondegui, quien antes de asumir el trabajo de dirección se embarcó en un importante proceso de investigación junto con las actrices. “Yo no conocía esta historia, y cuando nos pusimos a investigar se abrió un universo, y ahí leímos La Polaca, de Myrtha Schalom y La mancha de la Migdal, de Larry Levy y también vimos documentales”, cuenta.

Casi veinte años después de haber escrito la obra, a Suárez no la sorprende su permanencia. “Ahora la situación es peor”, revela. “La trata de personas de hace noventa años era mucho más leve que la de ahora, porque en ese momento algunas mujeres sobrevivían. Ahora ninguna mujer se puede ir de un burdel”.

-¿Cómo surgió la idea de escribir sobre la trata de personas en el siglo XX?

Patricia Suárez: -Soy rosarina y desde que soy chica escucho esta cosa medio pícara de “Vos debés ser una polaquita”. Eso me chocaba mucho. El único texto que había leído hasta ese entonces era Una tal Raquel, de Nora Glickman, y me parecía que estaba exagerada la victimización que se hacía de Raquel Liberman. Todos sabemos que fue una víctima y que una persona en esas condiciones sufre, porque nadie hace eso por gusto, pero me parecía que había que contar la historia desde otro lugar, donde hubiera más sorpresa y más humor.

-En el final del texto original se observa una rivalidad entre las protagonistas, pero en esta versión se incorporó una mirada más sorora. ¿Por qué se tomó esa decisión?

Mirén Remondegui: - En el contexto que hoy queremos presentar la obra, creemos que una mujer no tiene que necesariamente competir con la otra sino solidarizarse. La idea no es que una mujer culpe a la otra sino que culpe al sistema que las oprime. También nos inspiramos en la figura de Liberman, que pudo romper el silencio, y ahí pensamos que el personaje de Rachela podía ser una bisagra para tener una mirada un poco más esperanzadora. Para las actrices fue un desafío componer a una mujer que se dedica a la prostitución, y a otra que es engañada y explotada.

-¿Qué información y conciencia existen hoy sobre la trata?

M.R.: -Hoy hay muchos grupos abolicionistas y eso está buenísimo, y muchos centros de ayuda a los que una puede recurrir, pero no hay mucha información porque sigue ocurriendo lo mismo que hace años atrás. En la trata está implicado el Estado, la policía y un montón de instituciones privadas, porque es un negocio que mueve millones y además es internacional.

P.S.: -Da la sensación de que no es tan difícil parar este negocio, pero no hay voluntad de que eso ocurra. El número de chicas desaparecidas en democracia por la trata es mayor que el de los desaparecidos por la dictadura. El problema es que hay hombres que consumen esto y no tenemos nada que apunte a la cabeza de ese consumidor. ¿Qué pasa con esos hombres? Creo que el consumo de prostitución y el femicidio están relacionados, porque es la misma ideología la que está detrás de esto, y es un punto que hay que atacar porque por más que las mujeres se sepan defender, si sigue habiendo un consumidor que demanda, esto va a seguir pasando.

*La Varsovia se puede ver en Tercer acto (Av. de Mayo 1158), los sábados de octubre a las 20.