Hace veinte años era invitada a presentar La novela de Occidente, de Alberto Ascolani. Libro que, atento a su generosidad, había compartido con otros. Al ir leyendo me di cuenta de que la invitación no se trataba de un error –dado al no pertenecer a su misma línea teórica- sino de la coherencia con una ética que no admitía dogmatismos. Que era para ellos -para Alberto- como una flor que nace fuera del orden de los jardines.

Me reencontré con el profesor de primer año, en los ’70: serio, enigmático, pero no aburrido, como decía Ascolani que se lo consideraba en el mundo académico; y entendí que era en otras cuestiones básicas, en las que coincidíamos, en total y vivificante incomodidad: acordábamos en una ética que soporta la diferencia, en una ética que no se “casa” en la “parroquia” y con la parroquia, que se opone al Uno uniformante del discurso del poder y lo cuestiona sin claudicaciones, en la seriedad, en el setentismo, en la posibilidad de hacer siempre otra lectura, de resignificar la historia, de no renunciar a las utopías.

Pudimos disfrutar en los últimos años encuentros de amistad, de buen comer y beber, pero sobre todo de buena charla. Para ese hacedor, para ese carpintero que practica el psicoanálisis como él mismo se nombraba, nuestro homenaje y agradecimiento.

(*) Psicoanalista.