Las imprescindibles medidas adoptadas por el gobierno nacional para evitar la propagación del Covit-19 crean novedosos escenarios en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Al abandono de la rutina diaria -sea la escuela, el trabajo, el gimnasio o el estudio- se agrega la convivencia que la cuarentena exige a lo largo y ancho de las 24 horas. Una ecuación cuyo resultado bien puede ser la pérdida de las referencias proveedoras de orientación y estabilidad emocional. Al respecto, vale preguntarse de qué hablamos cuando de hogar hablamos. Si por tal entendemos sólo las paredes, puertas y techo de una vivienda no llegaremos lejos. Hogar es también los rincones de tiempo y espacio por fuera y dentro de la estructura material que sostiene una casa, allí donde una persona se reconoce, establece sus hábitos, ensaya sus diálogos y transcurre su experiencia vital: una suerte de hábitat subjetivo ¿Acaso el celular –con sus trastornos de espacio y tiempo a causa de audios y videos- no puede ya considerarse como parte del hogar? Desde este punto de vista, las coordenadas de espacio y tiempo cartesianas –las del sentido común- nos resultan por demás insuficientes para apreciar lo que la actual experiencia interpela o modifica. ¿Dónde reside el punto por el cual el tiempo se escapa de la cronología y el espacio del centímetro?

Nos gustaría introducir una perspectiva que –por incluir los afectos, las pasiones, los miedos y las fantasías-, hacen que tres metros cuadrados puedan transformarse en una plaza y quince días en un suspiro, a saber: el modo con que nos dirigimos al Otro, sea para hablar, sea para escuchar (que también supone una forma de transmisión). La poesía brinda magníficos ejemplos: “solo algo en mí entiende/que la voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas/ Nadie, ni siquiera la lluvia tiene manos tan pequeñas”. Estos versos de E. E. Cummings que Woody Allen incluyó en Hanna y sus hermanas ponen en cuestión los límites que un cuerpo ocupa en el espacio. Quizás porque su belleza transmite una verdad abrumadora: la presencia de las personas en nuestro ámbito íntimo y personal –nuestro hogar- no depende de la efectiva actualidad de los cuerpos sino del tono, los silencios y los gestos con que una persona opta por manifestarse o replegarse. Es que la modalidad con que nos dirigimos al otro puede hacer que nuestra intimidad encuentre resguardo por más que espacio y tiempo estén en cuarentena. Así, por ejemplo, el recurso de responder en voz baja suele probar ser muy eficaz para que alguien deje de gritar, quizás porque el tono mesurado pero firme de una respuesta transmite la disposición de brindar escucha a quien está angustiado o contrariado. El hogar no termina en las paredes, claro que no. De hecho, el cese del tránsito vehicular ha producido un efecto tan novedoso como inesperado: el silencio. “Oí tu voz en la ventana/mi ventana no da a tu voz/apenas si da al mundo/ ¿cómo vino tu voz?” dice Juan Gelman al anticipar la novedosa escena que hoy asoma en los balcones, patios internos, terrazas o ventanas, cada vez que los vecinos con sus diálogos nos recuerdan la dimensión comunitaria que esta experiencia propone. “Las orejas no tienen párpados” decía Lacan, y en esta frase dejaba en claro la función eminente que la Voz guarda a la hora de construir o eliminar espacios y tiempos. Que en estos días las palabras, los susurros, las risas, el canto y los murmullos estén al servicio de brindarnos un tiempo y espacio que sólo excluya al oscuro transitar del virus.

*Psicoanalista.