Desde Londres.Asediado y sin respuestas, víctima de sus propios errores, con un número record de muertes en Europa y una caída vertiginosa de popularidad, el primer ministro Boris Johnson apuesta todo a la salida de la cuarentena. No le va a ser fácil.

Admirador y biógrafo de Winston Churchill, Johnson no ha conseguido copiar la unidad nacional ni el espíritu colectivo que inspiró el histórico líder conservador durante a segunda guerra mundial. Todo lo contrario.

El Reino Unido está totalmente desunido frente a la segunda fase de salida del confinamiento que comienza este lunes como se ve en el rechazo de las autonomías y numerosas regiones de Inglaterra respecto a las directivas del gobierno central y en las reservas del mundo científico, entre ellos miembros del propio comité asesor gubernamental Sage.

El apoyo explícito de Boris Johnson a su principal asesor político, Dominic “Rasputín” Cummings, que violó con su esposa la cuarentena dispuesta por el gobierno, agrava las cosas por la falta de credibilidad y autoridad moral que tiene hoy el gobierno. Uno de los científicos del SAGE, Jeremy Farrar, tuiteó que la salida del confinamiento era prematura y riesgosa porque no hay un sistema TTI (test, track, isolate: testear, rastrear, aislar) en funcionamiento y porque “se necesita plena confianza en la idoneidad de las autoridades”.

Esa confianza viene cayendo en picada en las últimas semanas. El 10 de mayo el primer ministro anunció la primera fase de la salida del confinamiento con una reapertura de sectores laborales que no se adaptaban al teletrabajo como construcción y actividad fabril. Este primer paso fue lanzado bajo presión de los sectores económicos y de la propia interna gubernamental. La improvisación y el apuro quedaron expuestos en el mensaje televisado del primer ministro.

En el mensaje Johnson aconsejó a los trabajadores evitar “if possible” el transporte público, algo francamente "impossible" en las grandes urbes. La consigna oficial para la nueva etapa cambiaba de un enfático “stay at home” a un ambiguo y deshilachado “stay alert” que produjo enorme confusión en los británicos y rebelión en las autonomías y provincias del norte de Inglaterra.

Las divisiones no se han saneado en estas tres semanas, mal augurio para el comienzo mañana de la segunda fase de salida del confinamiento. En esta nueva etapa el plan gubernamental contempla el reinicio de clases de algunos grados de escuela primaria, autoriza encuentros entre personas de distintos hogares, reuniones en jardines y espacios abiertos con un máximo de seis personas. Si las cosas marchan, a partir del 15 de junio comenzaría la escuela secundaria.

Escocia, Gales e Irlanda del Norte dejaron en claro que no comenzarán con estas medidas el lunes, aunque cada uno a su manera, relajará en el curso de la semana ciertas modalidades de interacción social. En la mayoría de las localidades del norte de Inglaterra, donde los niveles de infección son más altos que en el resto del país, tampoco tendrán clases. El alcalde de Manchester, Andy Burnham, señaló este sábado que la tasa R de contagios (número de contagios por persona infectada) era todavía demasiado alta. “Es un momento muy peligroso. Es un relajamiento prematuro. El testeo y rastreo debería estar plenamente operativo antes de que pueda tomarse esta medida”, dijo Burnham.

Las diferencias entre el sur afluente y el norte relegado se reflejan en la disparidad de la tasa R en ambas regiones. Ante esta realidad, otro de los municipios rebeldes del norte de Inglaterra, Sheffield, lanzó el jueves un comunicado contundente. “El sistema de testeo y rastreo tiene que estar efectivamente en funcionamiento 14 días antes de que se pueda recomenzar la actividad escolar. Esto no ha sucedido. En nuestra región no se han cumplido las condiciones para levantar el confinamiento”, señaló el comunicado.

El programa de testeo y rastreo es una de las tantas asignaturas pendientes del gobierno. Los meses previos al comienzo de la cuarentena el 23 de marzo fueron una cadena de errores garrafales. El gobierno no prestó atención a científicos, responsables del Servicio Nacional de Salud (NHS) y de las Residencias de ancianos que desde fines de enero venían alertando sobre la gravedad de la epidemia.

A principios de marzo, ya con zonas de Italia en confinamiento, el primer ministro se jactó de estrechar la mano de todos los que veía en un hospital con pacientes de coronavirus y asistió a un partido internacional de rugby. El mensaje subyacente era claro: el miedo al virus era para blandos y cobardes. Los preparativos brillaron por su ausencia. Ante la falta de respuesta oficial las empresas británicas que habían contactado al gobierno para ofrecerle equipo de protección médica comenzaron a venderlo a otros países. El programa de testeo y rastreo fue archivado, se alentó la “inmunidad de manada” y se permitieron hasta bien entrado el mes espectáculos masivos como el partido entre Liverpool y Atlético Madrid, a pesar de que España se había convertido en el nuevo foco de alerta europeo.

El Reino Unido se salvó de una tragedia mayor gracias a la estructura centralizada y la enorme experiencia del estatal Servicio Nacional de Salud que puso en marcha por su cuenta una reorganización interna para hacer frente a la pandemia. A las Residencias de Ancianos no les fue tan bien. Mucho más vulnerables y marginales, fueron devastadas por el coronavirus. Más de 16 mil ancianos murieron por el Covid-19, el número más alto en Europa.

El “roce con la muerte” que tuvo el propio primer ministro, que a principios de abril pasó tres días en terapia intensiva por el coronavirus, no cambió su ADN previo, apenas le añadió un ápice de cautela a similares niveles de incompetencia. El desastroso cambio de mensaje de “stay at home” a “stay alert” con el que anunció el levantamiento gradual del confinamiento fue ampliamente criticado. Las idas y vueltas con el programa de testeo, con la política ante las muertes en las residencias y con la falta de equipo de protección médica erosionaron su autoridad. La saga de Dominic Cummings agotó la paciencia hasta de los mismos conservadores. Unos 100 diputados criticaron abiertamente la decisión de Johnson de respaldarlo. Un diario ultra conservador, el “Daily Mail”, tituló en tapa: “what planet are they on?” (¿en qué planeta viven?)

Cinco días después que se declarara la cuarentena con el inequívoco mensaje de “stay at home”, Cummings viajó más de 400 kilómetros con los primeros síntomas de la enfermedad y con su esposa que ya tenía coronavirus. Dos científicos asesores que cometieron pecados similares, pero de menor escala, habían tenido que renunciar a sus cargos con todo el gabinete exigiendo sus cabezas.

Nada de eso pasó con Cummings que se dio el lujo de ofrecer su versión de las cosas en el jardín de 10 Downing Street, privilegio reservado a mandatarios. Pero todo tiene un precio. Las encuestas vienen reflejando un desencanto generalizado con Johnson que en diciembre pasado ganó las elecciones con una aplastante mayoría absoluta y que aún en abril, durante su “roce con la muerte”, conservaba un alto nivel de apoyo. El índice neto de aprobación (diferencia entre los que aprueban y desaprueban) pasó de 42 a fines de marzo a menos tres en mayo.

Las cosas podrían cambiar si se evita un segundo brote con la salida del confinamiento. Mientras tanto a Johnson le queda un segundo recurso a corto plazo. Este lunes recomienzan las negociaciones con la Unión Europea (UE) para acordar qué tipo de relación habrá cuando el Reino Unido salga definitivamente del bloque este 31 de diciembre, fecha en que termina el actual período de transición.

El primer ministro ganó las elecciones de diciembre con el mensaje duro sobre el Brexit, cuyo artífice fue precisamente Dominic Cummings, cerebro también de la campaña a favor de la salida del bloque europeo en el referendo de 2016. Ante el estancamiento actual de las negociaciones el Reino Unido tiene que decidir antes del 1 de julio si pedir una extensión o patear el tablero. Contra las cuerdas, no parece difícil adivinar cuál será la posición de Johnson-Cummings.