La función simbólica constituye un universo en el interior del cual todo lo que es humano debe ordenarse. Lacan, 1954.

Las categorías de la realidad humana están trastocadas, desordenadas, desde que el marco simbólico desdibujó sus coordenadas. La oposición adentro/afuera como paso de inscripción, de división, se vio sumergida en una forclusión (rechazo).

Las fronteras se cerraron, esas líneas imaginarias, pespunteadas que se cruzan con los muros, se cayó, se calló. La superficie, bisagra entre el cuerpo y el exterior se barnizó de contagio y la continuidad erupcionó como una piel. Un nuevo silencio habita en un estado de asombro y amenaza constantes. Nos vemos confrontados a la pérdida.

La pulsión como límite y frontera entre lo psíquico y lo somático le toca confrontarse con un trabajo nuevo, un esfuerzo de invención a un nuevo destino, nuevos refugios y a la vez nuevos montajes.

Los significantes pandemia/ encierro/ aislamiento trastocan, irrumpen en la subjetividad. Llamados a un nuevo ordenamiento, confrontados a la renuncia continua, tiempo de duelo que anuncia otra vez que el Yo no es dueño en su propia casa.

Si el sueño es la vía regia al deseo inconsciente, al lugar del gran Otro: ¿Qué respuestas puede dar un sujeto, cuando este lugar se presenta como un Otro amenazante? Si bien la pesadilla es un paso de cultura, no está en el mismo orden del sueño. En este punto, las pesadillas prefiguran la irrupción del goce del Otro que se presentifica en la angustia. Las pesadillas no son por el encierro. Responden a que nos está prohibido salir.

La prohibición es una marca de la cultura. El bien común se impone al individual. Estamos insertos en una trama simbólico-imaginaria donde la renuncia es su condición inalterable.

Hay otras formas de la muerte, la simbólica, que ha marcado la historia de la humanidad. Si no hay palabra que recubra lo real, se des(a)nuda, acechando los sueños y los días. El sueño es la interpretación de un real que no cesa de no escribirse, se ofrece como un borde simbólico e imaginario a la angustia que recubre.

En tiempos de pandemia, hay sueños que se hacen oír, sueños que no cumplen con su función de “guardián del dormir”, sino que llevan a despertar, donde el borde fracasa. El despertar se produce por la irrupción del afecto, de angustia, que es el único afecto que no engaña.

La pesadilla presentifica un goce pero también instituye un corte a través de la angustia que suscita y que llama a un desciframiento. Contrariamente al sueño, da un paso más al traspasar el marco fantasmático, dando lugar a lo siniestro.

Una paciente llama temprano a su analista, apenas se despierta. El corrimiento de todo encuadre estipulado para las sesiones, instituyen un Otro al alcance, más inmediato. El aislamiento subvierte las distancias entre los cuerpos y va marcando otros ritmos sin impasses, con los que el analista maniobra en cada caso.

Frente a esta demanda imperiosa, el analista decide escuchar a ese sujeto que se presenta con un real que resiste a las palabras pero que urge en ser acogido por ellas.

Cuando entonces no hay afuera ¿A dónde ir? ¿Un llamado podría a instituirlo? 

Acá también el artificio del análisis tiene algo para decir: sea por teléfono, por videollamada, “las máquinas más complicadas no están hechas sino con palabras, es el mundo simbólico” (Lacan, 1954).

*Psicoanalistas.