Durante toda mi infancia deseaba ser grande y apenas llegué a grande empecé a añorar mi infancia. ¿Por qué? Me di cuenta de que ser grande es una trampa. No hablemos de la adolescencia, que es como la cuarentena de la vida: podrías hacer todo, pero no te dejan hacer nada. Te pintan el mundo como peligroso para que no salgas, pero en realidad, el peligro sos vos. Después del tormento de la adolescencia viene la juventud divino tesoro, que dura menos que la estabilidad del dólar en este país. La juventud empieza sin que te des cuenta y termina con un volantazo. Hay alertas, carteles de neón a cada rato, señales. Peor que un ciego que no quiere ver es tratar de hacerte el ciego, te quedan pocos episodios para terminar la temporada de una serie que jamás vas a poder volver a ver. Así de cruel, sí. 

Un día estás pensando en qué mini ponerte para salir de gira, te calzás una musculosa que parece pintada al cuerpo y encarás el make up frente a un espejo de diva. Y de pronto… ¿qué ese pelo blanco en medio de mi cabellera perfecta? ¿Quién puso esto acá? Y ahí está la primera cana blanco látex satinado. Capaz que siempre la tuve, pensás. Y al rato sos María Kodama con anteojos. Porque también llegan los anteojos, que traen un hermoso enfoque para que sigas descubriendo esa arruga, y aquella y la otra, la celulitis. Y allá vamos, de cabeza y sin escalas hacia la enorme fábrica de la Eterna Juventud. Con permiso, me hablaron de una maquinita que plancha las arrugas, ¿puede ser? Las influencers la están recomendando mucho. 

Eso se llama caer en la trampa. 

El que dice que el paso del tiempo no le importa, miente. En mayor y menor grado el ser humano es vanidoso y todos nos queremos ver bien. Es claro que para algunos la búsqueda de la eterna juventud se convierte en una obsesión que los lleva a lucir caras y cuerpos más aptos para un tren fantasma que para una fiesta glamorosa (a menos que dejes la cabeza en el guardarropa al estilo de “La muerte le sienta bien”). Inolvidable la cara de Niky Jones en “Transformaciones”, mamita querida, ¿por qué no se quedó como estaba? 

La búsqueda de la eterna juventud es más vieja que la humanidad. Qué paradoja, ¿no?

Es increíble que en estos tiempos de empoderamiento femenino algunx siga considerando a la vejez como el monstruo que devora humanos. Todos quieren ser Dorian Gray, pero sin esforzarse mucho. El mismo Oscar Wilde decía: “Haría cualquier cosa por recuperar la juventud. Excepto hacer ejercicio, madrugar, o ser un miembro útil de la comunidad.” 

O sea, jóvenes y bellos para siempre, pero con métodos veloces y efectivos. Una desenfrenada carrera contra el tiempo. Carrera en la que perdemos todos, hasta los más vivxs. Si no, no se explica la cantidad de cosas que compramos y la plata que gastamos en ridiculeces. Promesas escritas en el agua que nos traen unos días de ilusión donde sentimos que podremos, ¡que ganaremos la batalla contra el tiempo! Y ahí llega la maquinita y su manual de instrucciones para convertirte en revendedora de trucos. A la quinta planchada te diste cuenta de que no sirve para nada y la maquinita milagrosa termina en ese cajón de la cocina donde guardás lo inclasificable. La misma suerte corren los potes de geles de ala de mosca con placenta de gata persa, un pegote asqueroso y generalmente verde. Y la bicicleta fija con veintisiete cambios y pantalla digital que te cuenta hasta los poros. Como perchero no es muy estético, pero sirve. Y con el tiempo le metiste tanta ropa encima que ni se ve. Tendría que existir un cementerio de ilusiones de eterna juventud para pasar a dejar todo eso que compramos compulsivamente. Pero hay otra opción también: aceptar el paso del tiempo con dignidad. Y un poco de plata para buenos tratamientos con cosmiatras decentes, largas sesiones de gym, caminatas, vida sana y mucho aire libre. Todo lo demás viene solo y viene igual, pero si nos cuidamos y aceptamos los cambios, el impacto será más soft con efecto de máscara facial intensive para recobrar un poco de frescura. Ya que es inevitable, usemos la inteligencia y pasaremos sin miedo frente a ese espejo maldito que siempre nos devuelve la verdad. Como bien dijo la genial Meryl Streep: "Que nadie me arrebate las arrugas de mi frente, conseguidas a través del asombro ante la belleza de la vida. O las de mi boca, que demuestran cuánto he reído y cuánto he besado. Y tampoco las bolsas de mis ojos: en ellas está el recuerdo de cuánto he llorado. Son mías y son bellas”. 

Tiene toda la razón del mundo. La buena vida te acomoda la cara mejor que ninguna maquinita del tiempo, no frunzas el ceño y activá esa sonrisa que te ganaste con el tiempo vivido y es maravillosa.