En su cuento "Esse est percipi", Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges indican que el último partido de fútbol se jugó el 24 de junio de 1937. Desde entonces, el fútbol es un género dramático a cargo de locutores, actores y periodistas que no existe fuera de los estudios de grabación y de las redacciones. Se desconoce quién lo inventó. Sí se conoce que fue el filósofo George Berkeley quien sostuvo que sólo existe aquello que percibimos. Bioy Casares y Borges denuncian, como remarcó el periodista Ariel Scher, que "lo que tenemos en nuestra percepción puede ser una nada disfrazada de algo y que no hay casualidades en que el fútbol retrate eso".

Preguntado en el cuento si no temía que la ilusión futbolística fuese descubierta, Tulio Savastano, presidente del club Abasto Juniors, responde: "El género humano está en casa, repatingado, atento a la pantalla". Hoy utilizaríamos el plural para describir esa intensa atención. Según Bioy Casares y Borges, la televisión construye acontecimientos para que las personas los perciban y les den existencia. Es notable, como resaltó el sociólogo Pablo Alabarces, que el cuento fuese publicado en una época (1967) en que "la televisión argentina recién inicia su despegue hacia la masificación" y no ocupaba "el espacio inconmensurable con el que hoy dibuja la vida cotidiana".

El regreso pávido del fútbol en Alemania después de la recisión de más de dos meses para impedir la expansión del coronavirus nos ha acercado al absurdo escenario de "Esse est percipi". Esto se ve claramente en la reacción de la industria del fútbol –y particularmente de la televisión– ante los protocolos aprobados. El foco de la preocupación se centra en la prohibición de que el público asista a los estadios. Las tribunas yermas se asumen como insoportables para quienes están frente a las pantallas.

Con el objetivo de suplir la ausencia de público y reproducir, al menos en parte, el clima festivo que genera el público, varios equipos alemanes incluyen gigantografías de cartón de sus simpatizantes en las tribunas. En ese espíritu, un club surcoreano utilizó muñecas inflables. Asimismo, una de las cadenas de televisión alemana encargada de transmitir los partidos ofrece un canal de audio con "bulla de tribuna" –cánticos incluidos– que superpone a la transmisión. Ese eco proviene de partidos anteriores entre los equipos en cuestión. "Nuestro ingeniero de sonido", explicó un vicepresidente de la cadena, "mezcla el sonido auténtico, que se produce en el estadio, con dicha alfombra de audio". Además, la cadena también ha creado audios con la reacción del público y para situaciones específicas: penales, faltas, etcétera. La tarea es realizada por especialistas en producción televisiva, que, inspirados en los videojuegos, intentan crear entornos virtuales estimulantes.

El esfuerzo por simular público en las tribunas parece estar basado, en parte, en la cuestionable premisa que "el fútbol sin público no es fútbol". El entrenador César L. Menotti lo ejemplificó en una columna reciente que llevaba precisamente ese título. Aquí hay, por lo menos, un debate conceptual: la estructura y la lógica interna del fútbol no cambian si se desarrolla con o sin público en las tribunas. ¿No se trata en ambos casos del mismo juego que consiste en meter la pelota en el arco contrario? ¿No defienden y atacan los equipos utilizando las mismas habilidades que constituyen y definen el juego? El fútbol con tribunas yermas podrá ser menos vistoso, pero no deja de ser fútbol, aunque se vivencie de modo diferente.

Al acercar el fútbol al género dramático, introduciendo público y reacciones apócrifas, la industria del fútbol indica que está dispuesta a producir percepciones disfrazando la nada de algo para alentar su consumo a través de múltiples pantallas. He aquí otra razón más para desear el retorno a los estadios. Al fin y cabo, ni todo pasa en la televisión, como afirma Savastano en "Esse est percipi", ni todas las nadas (futbolísticas) disfrazadas de algo existen.

* Doctor en filosofía e historia del deporte. Docente en la Universidad del Estado de Nueva York (Brockport).