Desde Santiago.Ante las erráticas informaciones entregadas por el gobierno de Sebastián Piñera, en Chile la mejor forma de mantenerse informado de los avances del covid-19 es a través de las redes sociales y los medios independientes, plataformas donde tanto médicos como afectados por la enfermedad, cuentan sus testimonios y que chocan con la estrategia comunicacional gubernamental que desde el verano pasado intentaba bajarle el perfil a la pandemia. Así se supo —mucho antes que los canales oficiales— que el ministro de Salud Jaime Mañalich presentaba su renuncia, prácticamente al mismo tiempo que un reportaje del Centro de Investigaciones CIPER revelara que el Ministerio de Salud chileno informaba a la Organización Mundial de la Salud más de cinco mil muertes a la fecha, contabilizando casos sospechosos o posiblemente atribuibles al virus, una cifra notablemente superior a los 2870 fallecimientos contabilizados el viernes 12 por el propio ministro saliente en sus intervenciones públicas diarias

Sin embargo, todo indica que el nuevo ministro, Enrique Paris, ex presidente del Colegio Médico chileno e integrante de la mesa social covid-19 (que integra diversos expertos y posturas sobre cómo enfrentar esta crisis sanitaria) seguirá en la misma línea, aunque con algo más de destrezas comunicacionales. Él mismo, en un encuentro de prensa en el Palacio La Moneda pasado el mediodía abrió diciendo: “Para mí la prensa siempre ha sido fundamental, los medios de comunicación son fundamentales y agradezco su presencia”.

Esta frase sólo podría entenderse como una velada referencia a las torpezas y desatinos comunicacionales que habría tenido su antecesor, hasta ahora vocero principal de la situación de la pandemia en el país. Y aunque Piñera sólo se ha expresado de formas elogiosas al ahora exministro, es importante consignar que este tipo de frases “amistosas” para los medios son visadas por el llamado “segundo piso” como se conoce a la oficina de asesores comunicacionales del gobierno, dirigida por Cristián Larroulet, economista miembro de los “Chicago Boys” que transformaron a la economía chilena en un laboratorio neoliberal.

El historial de Mañalich, quien ya había sido ministro del área durante el primer gobierno de Piñera (2010-2014), dista mucho de ser ejemplar. Por ejemplo, en 2015 fue expulsado del Colegio Médico por faltas a la ética, aunque él logró renunciar antes de que se hiciera efectivo el procedimiento. Dos años después, se vio involucrado en una denuncia por irregularidades en el manejo de las listas de espera del sistema público, lo que se tradujo en que más de 30 mil pacientes no pudieron recibir atención médica durante su administración.

Nunca hizo muchos esfuerzos por defenderse o dar explicaciones. Al contrario: su estilo era reconocido por lo prepotente, contradictorio e incluso burlón. Ya en noviembre de 2019 declaraba en TV que el sistema de salud chileno “es uno de los mejores y más eficientes del planeta”. En marzo, para intentar explicar la lentitud del gobierno en declarar una cuarentena, dijo: “¿Qué pasa si este virus muta hacia una forma más benigna? ¿Qué pasa si muta y se pone buena persona?”. Un mes después, cuando ya era un rostro permanente en los medios, defendió la idea de incluir en la estadística como “recuperados” a los fallecidos por covid-19 ya que todos ellos “han dejado de ser una fuente de contagio”, medida supuestamente recomendada por “expertos internacionales” y que incluso había sido “felicitado por autoridades internacionales hasta el cansancio”.

Desde el gobierno intentaban defenderlo, incluso cuando se puso en duda, a través de un hilo de twitter, su master en Epidemiología y Bioestadística de la universidad McCMaster de Canadá. La única prueba fue una foto de su diploma que lo certificaba como Master of Science en 1990, sin referencia alguna al área médica donde supuestamente es experto.

Sin referirse a la última polémica que involucra un error profundo de contabilización de fallecidos por la pandemia, Mañalich afirmó antes de salir del Palacio de La Moneda: “he llegado personalmente al convencimiento de que esta nueva etapa en la lucha contra el coronavirus requiere un nuevo liderazgo. Un liderazgo que se abra nuevamente al diálogo, que convoque más personas, que le de frescura a la conversación”. Curiosamente, Paris —que no tiene parentesco con el ministro de salud de Allende, actual detenido desaparecido— dijo que su trabajo sería de “continuidad”.

A pesar de lo inquietante del concepto, liderazgos críticos de de las políticas de salud del gobierno como Izkia Siches, actual presidenta del Colegio Médico, señalaron que esperan que cambie la estrategia sanitaria y que la institución que lidera tiene toda la disposición a dialogar con él.

Sin embargo, el mismo Paris había dicho sobre Siches en mayo que “ella dice representar a todos los médicos de Chile y no es verdad” interpretando su estilo, que exige al gobierno privilegiar las vidas antes que la economía, como un “ataque”. Esto, después de que lo primero que hiciera Piñera al empezar la pandemia fue permitir a las empresas no pagarles el sueldo a los trabajadores suspendidos “temporalmente” durante esta situación.

La desconfianza de la nueva carta de Piñera se acentúa al analizar frases tan poco atinadas como las de su antecesor. En marzo había asegurado que decretar una cuarentena era “una solución populista” ya que, para él eso era negarle a la gente ir al supermercado, farmacias o cargar combustible. También aseguró que hay una conexión entre el estallido social de octubre y las críticas a la gestión del gobierno resumiendo su particular teoría de la conspiración en: “No cayó Piñera con los movimientos sociales, hagámoslo caer con el virus”. Incluso en 2014 se mostró en contra —y dos años después a favor— del uso del timerosal en las vacunas, supuestamente con propiedades tóxicas, sin dar argumentos científicos de peso para este cambio de perspectiva.

El Chile bajo control del Mañalich terminó explotando estas semanas con hospitales colapsados, aviones del ejército enviando enfermos críticos a hospitales como el regional de Concepción (a 434 kilómetros de Santiago), muertos que pasan días en las casas (al menos dos casos fueron cubiertos por TV recién cuando fueron retirados) y entregas de cajas con mercaderías para familias que han perdido su trabajo por la pandemia. Esta medida no ha logrado aplacar la situación de la mayoría de las personas obligados a hacer colas para regularizar su situación bancaria, comprar alimentos, seguir trabajando vendiendo productos en la calle y escapando de la policía que sólo ante las cámaras de televisión parecen tener alguna autoridad para disuadir a las personas que, comprensiblemente, no pueden respetar la cuarentena total. Otro tema es el de los inmigrantes que están durmiendo cerca de las embajadas de sus respectivos países presionando por aviones para regresar al país con lluvia y temperaturas menores a cinco grados. Un grupo de colombianos, por ejemplo, ante la negativa de su gobierno, no tuvieron más remedio que aceptar pasar la noche en un gimnasio con colchonetas, situación que contrasta con la del alcalde de Las Condes —una de las comunas más ricas del país— Joaquín Lavín, quien resultó positivo de covid-19 y está en una “residencia sanitaria” (como se le llama a los hoteles que el gobierno utiliza para enfrentar la crisis de camas en hospitales) sacándose fotos o mostrando lo que almuerza, como si fuera un youtuber.

Al final, la situación chilena puede reflejarse en un hombre que fue a entregarse ante los carabineros que custodiaban La Moneda hace unos días. Se le había detectado COVID-19 y se fue de inmediato a un hotel-residencia sanitaria del centro, pero no lo dejaron entrar. Aún no estaba en los registros de infectados. Como no quería contagiar a esposas e hijos —y quizá a los pasajeros del subte o micro donde posiblemente volvería a casa— prefirió que la policía se hiciera cargo de él. Llegó la prensa, le editaron su rostro y al final, ante su actitud, no hubo más remedio que llevarlo directo a una pieza en el mismo tipo de carro donde se llevaban detenido a los jóvenes que protestaban en octubre. Una persona anónima que se salvó de ser uno más de los contabilizados —o no— que se suman a los más de cinco mil muertos que hay en Chile y que el gobierno asegura que las cifras “deben ser verificadas”, como asegura el reportaje que dio a conocer esto.