Durante la pandemia surgieron costumbres y usos totalmente nuevos y recrudecieron otros que ya eran conocidos y habituales, por ejemplo, el teletrabajo.

Para los y las oficinistas que acostumbraban llevarse trabajo a casa y para aquellos que tipeaban desde la rutina, para quienes el teletrabajo era su ocupación diaria, la pandemia solo incrementó la habitualidad.

Pero para múltiples mujeres cuyo quehacer requería viajar hasta su ocupación y debieron quedarse en casa para realizar su trabajo como un trabajo doméstico, el teletrabajo constituyó una novedad inquietante. Había que entregar las hojas tipeadas en medio del alboroto provocado por los hijos que no concurrían a la escuela y la novedad se sumó al compañero en la casa y los temores que la pandemia y las estadísticas habían introducido en el hogar.

La Comisión Interamericana de Mujeres (CIM), en colaboración con la Secretaría Técnica de la conferencia Interamericana de Ministros de Trabajo, del Departamento de Desarrollo Humano, Educación y Empleo (DHDEE) de la Secretaría Ejecutiva para el Desarrollo Integral de la OEA,  financiados por el Programa Laboral del Ministerio de Trabajo de Canadá, advirtieron que el trabajo de las mujeres se había potenciado. De manera que el 26 de mayo de 2021 realizaron el Segundo Diálogo entre Ministerios de Trabajo de la OEA colocando como tema central el teletrabajo que realizan las mujeres y la corresponsabilidad en los cuidados.

En 2020, la Comisión Interamericana de Mujeres ”había evidenciado cómo las mujeres que se mantuvieron en el sector laboral formal con el ‘home office’  se debaten entre su empleo, el cuidado infantil, la educación en el hogar, el cuidado de personas mayores y el trabajo doméstico”.

Los organismos internacionales dieron la voz de alarma liderados por la Comisión Internacional de Mujeres y por eso se buscó intercambiar experiencias entre los Estados sobre cómo lograr que el trabajo desde la casa no continuase profundizando las brechas existentes entre mujeres y hombres en el mercado de trabajo y al interior de los hogares y, por el contrario,  contribuya a alcanzar corresponsabilidad de los cuidados y a promover la igualdad de género en la región.

Es interesante advertir cómo la aparición de un nuevo hábito como forma de cultura se transforma automáticamente en un novedoso sometimiento al patriarcado para las mujeres. Porque son innumerables las mujeres que continúan con el home office ahora que la pandemia ha cedido y los hijos e hijas han retornado a la escuela, pero mamá en casa debe supervisar los deberes y aun ir a buscar a los chicos a la escuela “total ya que mamá está en casa...” Por ese mismo motivo tiene que encargarse de conseguir el número de teléfono y llamar al médico de la suegra para pedir un turno.

Ocuparse de la cena y llamar por teléfono a los proveedores de los supermercados es otro de los trabajos domésticos que se suman al tipeado cotidiano.

Es evidente que las culturas patriarcales como la nuestra rápidamente adhieren a los hábitos que someten a las mujeres. El trabajo doméstico le ha sido asignado a las mujeres como una obligación enlazada a su ADN, por lo cual no puede prescindir del mismo como mandato patriarcal; entonces ahora el home office se enlazó con la entrega a horario, con las escobas y las obligaciones educativas que reclaman los hijos.

Los comentarios cotidianos afirman que ahora los hombres “colaboran” más que antes en el trabajo doméstico; quizás sea cierto. Pero para que las Cosas de la Vida se emparejen un poco más, han tenido que intervenir los organismos internacionales.

 

A pesar de lo cual, el home office como un producto de la modernidad tardía ocupa las horas de trabajo de innumerables mujeres que deben multiplicarse para cumplir con lo que de ellas se espera, atadas al trabajo doméstico.