La Guerra de Malvinas, de la que el sábado se conmemora el 40º aniversario del desembarco de soldados argentinos en las islas, fue un punto de inflexión en la historia argentina. Y abrió muchos debates, no sólo respecto de qué hacer para recuperar la soberanía sino también sobre su rol en el desprestigio y caída de la última dictadura cívico-militar, o de los apoyos populares que obtuvo fugazmente en esos días, y también del tratamiento que recibieron los soldados que volvieron del sur argentino y las formas de conquistar a los habitantes de esas islas. Pero, ¿cómo llegó el país hasta ese momento bisagra?¿Cómo se representaban en los medios argentinos a los isleños? ¿Y los medios malvinenses cómo se veían a sí mismos? Esas son algunas de las preguntas que intenta responder Sebastián Carassai en su libro Lo que no sabemos de Malvinas. Las islas, su gente y nosotros antes de la guerra (Siglo XXI Editores). “No es un libro sobre la guerra ni sobre la cuestión de la soberanía”, explica el sociólogo en diálogo con Página/12. “A excepción del epílogo, se trata de un libro que repara principalmente en la relación entre los argentinos y la comunidad que habita las islas en las cuatro décadas previas a la guerra”, detalla.

El germen de este trabajo surgió hace casi diez años de artículos que Carassai encontró referidos específicamente sobre las Malvinas mientras hacía investigación para otro libro de él, Los años 70 de la gente común, y que entonces consideró que merecían un trabajo específico. “Llegué a personas clave para conocer algo más de la inédita experiencia de acercamiento que la Argentina y el Reino Unido exploraron a partir de 1971, cuando firmaron el Acuerdo de comunicaciones, que estableció un contacto fluido entre las islas y el continente”, recuerda. “Algunas de ellas (o sus familiares) conservaban archivos privados. Mientras avanzaba en esa indagación surgieron nuevas preguntas sobre otros períodos, como qué podía saber un argentino promedio de la comunidad isleña en los años treinta, cuando despertaban en Argentina grupos nacionalistas que prestaban cada vez más atención al tema”, desarrolla Carassai, que busca responder esa cuestión “basado en el análisis de las crónicas de los viajeros argentinos a las islas. Esos viajes se intensificaron en los años sesenta, en el contexto de la adopción por Naciones Unidas de la Resolución 2065. Ello me llevó a otra pregunta: ¿cómo fueron esos años en la comunidad isleña? Se fue construyendo en función de las preguntas que surgían de escrutar el archivo y de mis notas”, sintetiza.

-En el libro hay un capítulo dedicado a las canciones escritas a las islas. ¿Por qué trabaja específicamente este tipo de producción?

-Porque en los otros capítulos las voces que predominan provienen de miembros de las élites culturales: los viajeros son profesionales, los análisis en la prensa están escritos por periodistas o intelectuales, la discusión política tiene como actores protagónicos a diplomáticos, parlamentarios o funcionarios. Y la pregunta que intento responder en ese capítulo es qué otras representaciones existían en la Argentina, por afuera de esos circuitos, acerca de la cuestión Malvinas, su evolución y eventual desenlace. Las canciones registradas en Sadaic sobre las islas tienen, además, otra ventaja: abarcan las cuatro décadas anteriores a la guerra. Su análisis me permitió establecer cambios y permanencias, modulaciones e intensidades de lo que allí llamo una “comunidad emocional” en torno a las islas, cuyo núcleo es la convicción de que “las Malvinas fueron, son y serán argentinas”.

-¿Qué te parece que pasó con esa “comunidad emocional” en la posguerra? Sobre todo por la asociación entre la guerra y la dictadura, en la que también cayeron los soldados, que la inmensa mayoría no tenía nada que ver con ella y fueron obligados a ir sin formación ni equipamiento.

-Yo no trato la guerra, sobre lo que hay mucho escrito. En esa producción se pueden encontrar análisis que matizan un poco lo que decís. Pero yendo ahora a lo que me preguntás, pienso que el concepto de comunidad emocional sigue siendo útil para analizar las décadas que siguieron a la rendición. Creo que la guerra tuvo un impacto muy fuerte en ella. Pensemos, por ejemplo, en las canciones. Las que analizo yo, que fueron compuestas entre 1941 y 1982, son expresiones de una comunidad emocional que mira hacia el futuro, y lo hace con optimismo: el encuentro entre la Argentina continental y su “hermanita perdida”, para citar el título de la famosa canción de Atahualpa Yupanqui y Ariel Ramírez, es más que probable; para algunos, inclusive, es inexorable. Hay cantores que parecen apostar a una solución negociada, otros se definen claramente por una actitud más dura, algunos anhelan una invasión. Pero para todos las Malvinas están en el horizonte, son parte del futuro. Una mayoría de las canciones que se compusieron luego de 1982, en cambio, dan testimonio de una comunidad emocional que mira hacia atrás, hacia la guerra. Y sus temas son los soldados, héroes o víctimas, los militares, culpables, y un consenso bastante extendido sobre el sinsentido de la guerra, bien expresado en la pregunta de Andrés Calamaro en "Mil horas", “¿Para qué sirven las guerras?” o en la conclusión de Alejandro Lerner en "La isla de la buena memoria": “No hay hermanos ni soldados, ya no hay jueces ni jurados, sólo hay una guerra más”.

La construcción de un sentido común y sus representaciones en torno a la cuestión de las Malvinas sirve para intentar legitimar las posiciones en pugna. Esa construcción no se logra sólo desde una perspectiva política, hay que buscar diversas entradas a esos saberes colectivos que pregnan las valoraciones que se hacen del mundo, muchas veces de manera inconsciente. Y, a la vez, son la manifestación de esos valores. Por eso, Carassai agrega a los artículos representaciones en publicidades y piezas de humor gráfico: “Mi lectura es en clave barthesiana: analizo, por ejemplo, una publicidad de Atma, de 1973, que anuncia el arribo de sus baterías con la imagen de un paracaidista que desciende sobre las islas con una Atma Chloride en sus manos”, describe el investigador, y sigue: “La letra de la publicidad no habla de invasión, pero la imagen la sugiere. El hecho de que, tiempo después, la idea de una invasión a las islas haya sido tema de la política y de un sector del periodismo da sustento a esa lectura”, se planta.

-Hay una recuperación muy fuerte de la voz (o las voces) de los isleños, voces polémicas en la cuestión de la soberanía y lo que supone. ¿Por qué decidiste darle ese lugar en tu trabajo? En un punto, no se sienten argentinos ni del todo británicos...

-La voz que tiene y deja de tener la comunidad isleña a lo largo del libro depende de la pregunta que estoy intentando responder en cada capítulo. En el que trata sobre los viajeros argentinos, por ejemplo, los isleños no tienen otra voz que la que los propios viajeros les otorgan en sus crónicas. En el capítulo en el que analizo a los cantores, lo mismo; sólo aparecen si lo hacen en las canciones. Pero dado que una de las preguntas que quería responder era cómo habían atravesado los isleños la década del sesenta —década de tanta incertidumbre, no sólo por la llegada del pleito a Naciones Unidas sino por razones intrínsecas a la colonia—, las voces isleñas, las del gobierno británico y la de la autoridad colonial en las islas eran irremplazables. Lo mismo vale para el capítulo en el que las preguntas que me planteo tienen que ver con las formas que asumió la relación entre isleños y argentinos a partir de 1971. Imposible responder esas preguntas sin reponer también el punto de vista isleño.

El viaje a las islas

Carassai viajó a las islas, y en Lo que no sabemos de Malvinas dedica el único capítulo que habla de la guerra para estos tiempos. Allí cuenta que, cuando llegó a las Malvinas, tuvo la curiosa sensación de no sentirse “ni turista ni local. No pude, no quise, comprar souvenirs. No me traje ningún recuerdo de mi paso por las islas, excepto una pequeña piedra”, confiesa, y compara: “Tampoco me sentí como en Río Gallegos, en donde, aunque no soy de allí, sí me sentí de cierto modo local (sobre todo luego de dos semanas en las islas). Imposible no llegar a la base militar de Mount Pleasant y no reconocer en el mapa de las que los británicos llaman Falklands Islands exhibido en el aeropuerto a las islas que los argentinos llamamos Malvinas”, detalla con la precisión de quien está habituado a trabajar con las palabras. “Esa doble condición de ajenidad y familiaridad que, para los argentinos, sintetiza el mapa de las islas con su nombre británico, la experimenté más de una vez, sobre todo cuando salía de Stanley, concluye.