Si algo faltaba a la Buenos Aires en llamas del jueves era una congregación de 15 mil personas con remeras negras. Slipknot lo consiguió... y las hizo felices igual. Los norteamericanos llegaron por tercera vez a la Argentina encabezando el Knotfest Roadshow, evento que concibieron hace una década para materializar su perspectiva de la escena y ambición empresarial. Las entradas para esta fecha en el Movistar Arena se habían agotado en menos de 24 horas, lo que de entrada anunciaba un alto nivel de expectativa para uno de los grupos más convocantes del heavy metal del nuevo milenio, que no pisaba suelo porteño desde 2015.

La previa la cementó el crédito local Arde la Sangre, cuarteto que post Carajo encabezan Marcelo “Corvata” Corvalán y Hernán “Tery” Langer, y que completan Luciano “Tano” Farelli (teclados, guitarra y coros) más el baterista Nacho Benavides. El set de 45 minutos no presentó estridencias, sí un estándar de calidad: la banda suena sólida, sus músicos tienen experiencia en fluir entre el nü y el groove metal. Además de material de La cura -su único LP al momento, editado en 2021-, sonaron extractos de su más reciente EP, Rompiendo silencios. Con canciones como “Acertijos” y “Aguantar”, la cosa funcionó muy bien.

El segundo disco de Slipknot fue lanzado en 2001 y tuvo como título Iowa, en referencia al estado norteamericano de su procedencia. Más precisamente, los fundadores del sexteto -que en la práctica es noneto- se criaron en Des Moines, su ciudad más importante, conocida en el mundo de la música porque fue ahí donde hace 40 años Ozzy Osbourne mordió a un murciélago en escena. Una urbe de atmósfera lúgubre y cenicienta que tuvo influencia sobre la música del grupo.

No extrañó, entonces, que la carta de presentación fuese “Disasterpiece”, extraída de aquel álbum, con una banda ajustada a tope. El escenario estaba ambientado como una suerte de plataforma postindustrial en el que convivían ventilaciones con el color de los leds. Sobre el tablado, el despliegue era ya amplio: al fondo y los costados las percusiones y los sonidos electrónicos que hacen a una identidad sonora nü metal estaban bien. Pero las dos guitarras, el bajo y la batería van al centro, y son lo que paga. Des Moines había llegado a Villa Crespo y el festival era, efectivamente, una fiesta.

Fiesta que había empezado ya en la previa, cuando a recinto colmado sonaban Iron Maiden, Guns N’ Roses, Mötley Crüe, System of a Down o AC/DC. La oscuridad originaria probablemente haya insuflado en los artistas la importancia de la celebración. La improbabilidad de un mañana le da brillo a la fugacidad, y Slipknot hizo con eso un ritual pagano que rindió culto tanto a sí misma como a las leyendas del género pesado. La celebración no estuvo en la rememoración de una época -los años dorados del nü metal- sino en la música misma. Los vehículos necesarios fueron la distorsión y el groove, más las melodías gancheras que revientan la garganta del líder, Corey Taylor.

Taylor es el gran nudo del asunto. Las capacidades vocales lo encuentran alternando entre lo gutural y lo limpio, pero no olvida el componente melódico, tampoco el emocional. Seductor enmascarado, aprovecha cada hueco entre canciones para ponerse al público un poquito más en el bolsillo, habla en inglés y en castellano, y los compañeros lo saludan por su cumpleaños número 49, mientras la masa le regala un “Happy birthday”. “Somos familia”, insistía el cantante.

Para que haya fiesta, la comunión debe ser fuerte. Por eso el núcleo del show estuvo en los trabajos de su primera década, con la fundacional “Wait and Bleed”, la reaparición de “Sulfur” o los riffs enfermizos de “Before I Forget”. “Ahora tenemos la música nueva, ¿escuchamos?”, propuso el cantante en su español particular para introducir “The Dying Song (Time to Sing)”, única canción proveniente de su última placa, The End, So Far, editada hace dos meses.

Con el pogo hecho un hervidero y los músicos dando leña, sin lugar para baladas ni sentimentalismos, otros clásicos abonaron el cierre. “Spit It Out” dio pie a los bises “People = Shit” y “Surfacing” y, al cabo de 90 minutos, Slipknot había revalidado en Buenos Aires su condición de banda grande, con un show total en sonido, precisión, contundencia, gancho, puesta en escena y conexión con la gente.

El Knotfest continuará el martes en el mismo lugar con la leyenda Judas Priest y Horcas como banda invitada (también con entradas agotadas en 24 horas), y el jueves con Trivium, que junto a los locales .MAR se presentarán en el C Complejo Art Media de Chacarita.