Scott Fitzgerald, integrante y portavoz de la llamada ”generación perdida” norteamericana, tan diferente pero no distante por tantísimos motivos de la nuestra, supo dejar, aparte de una obra cuantiosa y calificada (entre lo más conocido, A este lado del paraíso, El gran Gatsby, Suave es la noche), una frase que marca a aquélla y que es sin duda aplicable a esta: “Yo escribo con la autoridad que da el fracaso”.

Las frases pueden ser dramáticas, políticas, serias, muy dolorosas, casi terribles y, a la vez, bellas y altamente poéticas. “Los hijos de la generación diezmada” parece guardar todos esos atributos. Es, como se sabe, la pronunciada por Cristina Fernández de Kirchner en su intervención televisiva el jueves 18 de mayo de 2023, en el programa “Duro de domar”.

Pocos dirigentes argentinos (por no decir ninguno actual) tienen ese manejo del lenguaje en general y del político en particular que se le reconoce, un lenguaje, este último, que, como no ignoran los lingüistas avezados, es pragmático y predominantemente performativo, encamina la acción en su propia pronunciación, al enunciarse suele realizar la acción que significa.

Esta frase señala, además, el camino de las urnas para sus seguidores y simpatizantes, que son millones, y para sus partidarios más cercanos, quienes deberán promover a uno de los suyos. Esperaban que anunciara o indicara o sugiriera candidatos, y aquí están: una generación entera, que sucede a la diezmada, poseedora de capacidades y virtudes que ya tienen de cuna y de otras que deberán aquilatar en el ejercicio práctico de sus hipotéticas funciones.

Pronunciarla es, al mismo tiempo, rendir homenaje a los muertos y caídos en la lucha por sus ideas, asesinados, detenidos, desaparecidos, y a sus herederos fieles que siguen luchando por una patria justa e independiente. Pero no solo eso: guía ciertos proyectos, ciertas posiciones, ciertas convicciones; es, incipiente, y más, crecientemente, un programa para el futuro. Compromiso con los sueños del pasado, vinculación más que simbólica con el presente, declaración de principios hacia el porvenir.

Estas muchachas y muchachos salvados de las fauces del horror, que a buena parte de ellos los tuvieron atrapados, ocultados y engañados durante años, recuperados en su cuerpo y talento y en su identidad por Madres, Abuelas y una política de Estado que tardó largo tiempo en ponerse en efectivo movimiento, en gran número leales a su sangre y a su origen, son los que, en palabras de Cristina, deberán hacerse cargo, “tomar la posta”, como un destino, como una misión.

Como toda frase inteligente, esta es plurisignificativa. Crea, por lo tanto, de parte de los designados, una suerte de obligación: la de recordar y respetar ese grave mandato, la de asumirlo y cumplirlo a cabalidad.

Abre, así, la frase, las puertas grandes de las esperanzas. En medio del desencanto, del marasmo, de los sacudimientos histriónicos de la ultraderecha, de la resignación de los siempre vencidos de antemano, da una perspectiva reconocedora y reparadora, y también constructiva. Los portadores de las ideas de progreso, de la justicia popular y justa, de las reivindicaciones nacionales, están atentos y encomendados a los cambios.

Quiere decir no solo que son los elegidos sino también (puede querer decir) que “los hijos de la generación diezmada son mis herederos”, son “aquéllos con quienes yo me identifico”, y ellos, “probadamente, conmigo”. Son quienes llevarán adelante lo que nosotros empezamos a construir en el país, las líneas fundamentales que hemos trazado, los derechos que, para cada necesidad, hemos levantado y conseguido, el derecho laboral que respetamos y defendimos, el igualitarismo que promovimos, la salvaguarda de la soberanía y ni qué decir de los derechos humanos, todo lo que nos impidieron continuar…

No es poca cosa, como se ve, ni es poca responsabilidad, pero parece ser un modo reparador y generoso de hacer justicia a nuestra historia.

* Mario Goloboff es escritor y docente universitario.