Mariano Flax no es una voz nueva, pero fue abriéndose camino de a poco y sin ansiedad. Impregnó al exitoso programa Combate con su timbre aterciopelado mostrando sus ojos claros entre pruebas y piruetas de lxs participantes. Pero fue Bendita el espacio donde, en muy poco tiempo, el locutor demostró que era mucho más que una voz: Mariano Flax es un artista queer que acentúa la palabra precisa y no pierde la oportunidad en desarmar la solemnidad con un chiste áspero. Es un cuerpo inquieto que, tras convertirse en un personaje más del programa conducido por Beto Casella hace 18 años, se animó a subirse solo al escenario para hacer un desnudo completo a través de un engranaje de anécdotas donde se ríe de sí mismo. Un monólogo en primera persona en el que Mariano fusiona todas las herramientas y lenguajes que fue adquiriendo a partir de la curiosidad y el hambre: canto, clown, locución, teatro y, también, los años de terapia que carga (con orgullo) encima. Emputecido, el unipersonal dirigido por Vinchu Rivera que estará en el Teatro Picadero desde el sábado 3 de junio, es una reivindicación y/o catarsis de un cuarentón gay para exorcizar las penas de un recorrido lleno de obstáculos en un mundo heteronormado.

Nacido el 6 de marzo de 1976 en Capital Federal, Mariano atravesó la dictadura y fue un niño educado por las puteadas de Antonio Gasalla y los mil personajes grotescos de Juana Molina. Descubrió en ese humor secretos que años más tarde se volverían búsqueda y hallazgo, motor y frustración, pero sobre todo, arma y salvavidas. Mientras tanto merendaba con Los Tres Chiflados y El Chavo del Ocho y un programa mexicano con peluches gigantes llamado Burbujas. Creció en una casa progre con una familia amable que escuchaba los cassettes de Les Luthiers. Mariano paraba la oreja y se esforzaba por entender (en vano) con sus ochos años los chistes de la Revista Humor. De toda esa educación sentimental y los métodos de supervivencia siendo puto durante la etapa escolar en los años 80 nació un monólogo de humor desopilante que rompe el nicho y convoca a todos los públicos. Soy charló en exclusiva con Mariano Flax a punto de estrenar su tan deseada obra, Emputecido.

¿Qué es el humor para vos?

-El humor es una forma de vida, de supervivencia. Es una manera de sacarle la lengua a los monstruos y reírte de ellos. Siempre viví la vida con humor. De niño me gustaba hacer reír. Probablemente, y viéndolo a la distancia, porque como creía que estaba "fallado" tenía la necesidad de ser útil de alguna forma. Y hacer reír o divertir me pareció una buena paga. Después de tiempo de terapia entendí que así cómo era, era perfectamente imperfecto, pero el humor quedó. Me acostumbré a pensar la vida en comedia. A encontrarle un remate a todo. Me preocupa convertirme en el tío pesado bromista de la fiesta. Porque el límite entre ser gracioso y querer llamar la atención todo el tiempo es finito. A lo mejor de pequeño es lo que necesitaba, pero ya de adulto eso no es tierno, más bien todo lo contrario.

¿De qué te reís hoy? ¿Qué te daba risa en el pasado y ya no en el presente?

-Me encanta Capusotto, el humor absurdo y extraño bastante el humor político como el que hacía Tato Bores, por ejemplo. Ni hablar de uno de los mejores programas de tele que existieron que fue Mesa de Noticias. Esos programas de tele que ya no se pueden hacer más. Porque no hay estructura, no garpa se diría con el lenguaje actual. Pero eran increíbles, como Matrimonios y algo más. Que es cierto que era la oda a los estereotipos. Hoy hay todo un revisionismo del humor de esa época. Sobre todo cómo caracterizaban y ridiculizaban a los gays: que siempre eran hiper afeminados, frívolos e hipersexualizados. Caricaturescos. A mi generación enseguida se nos viene a la cabeza Huguito Araña, el personaje de matrimonios que componía el genial Hugo Arana. Hoy es imposible hacerlo, o por lo menos hay que contextualizarlo, darle un marco bien construido para que no sea ofensivo. Y estoy de acuerdo en que se haya avanzado, aunque los hechos artísticos entiendo que son productos paridos por su época y su análisis tiene que ser contextualizado. Festejo que hoy el avance de los derechos nos haya hecho tener que rompernos más el coco a la hora de hacer humor. Nos hizo más inteligentes, más profundos.

¿Te encontraste desechando chistes por miedo a ofender? ¿Cuál es tu censor a la hora de hacer reír?

-Está bueno tener que pensar en lxs otrxs a la hora de armar el material. No es un condicionante, pero sí tener en cuenta las diversidades es un desafío hermoso que te obliga a profundizar y reflexionar. Pero no hay censor si tenés al otrx presente. Así que sí, tuve que repensar varios. Me acuerdo que cuando convoqué a Jorge López para que me haga el diseño de imagen y de vestuario me pidió ver un ensayo y después de verlo y aceptar formar parte de Emputecido, me confesó que cuando le hablé del proyecto le había dado miedo que hubiera estado armando un show de chistes viejos sobre putos. Pero claramente no lo es, porque si no, no tendría esa imagen tan hermosa que logró Jorge.

Laburar con Vinchu, que no es homosexual (que palabra que ahora me es rara, porque en el espectáculo lo primero que advierto es que voy a usar mucho la palabra puto) me ayudó un montón, porque a veces él estaba más atento a que algunos chistes no sean anticuados. A veces dentro de la comunidad nos discriminamos entre nosotros, nos discriminamos de otras maneras, o a otras minorías. Así que pienso que hicimos un laburo a conciencia, para que sea desopilante, pero muy inclusivo.

¿Cómo definirías tu clase de humor?

-Creo que tengo una melange entre irreverencia y candidez que hace que pueda decir cosas que en boca de otrx podría sonar fuerte. Y eso creo que lo aprovecho bien, modestia aparte. Me gusta no ser simplista, poder reflexionar a través de la risa pero no ponerme solemne o pretencioso. Y sobre todo seducir. Esa carta la juego mucho. Me gusta mirar a alguien a los ojos, por ahí el desafío de que sea a ese o esa que no se está riendo y proponerme que se ría, conquistarlx hasta desnudarle la risa. Me parece que lo más importante en el stand up es la verdad, estar aquí y ahora y en tus zapatos. Si querés imitar a alguien, cagaste. Por eso este proceso fue largo: porque primero tuve que aprender a superar mis propios prejuicios conmigo mismo.

Tu unipersonal promete un retrato del mundo gay. ¿Cuándo y cómo ingresaste al mundo gay?

-Es uno de tantos retratos. Es un recorrido por mi propia experiencia que a la vez es la de muchos. Nunca sentí que ingresé "al mundo gay", más bien ingresé al mundo siendo gay. Recorro anécdotas de la escuela primaria, de la secundaria que le pasaron seguramente a miles de pibes putos como yo: la discriminación, los golpes, el intentar encajar a toda costa y fracasar. Visto a la distancia, cuando uno pudo sobrevivir a las gastadas se puede hacer humor. Cabe perfectamente esa definición que explica que la comedia es tragedia más tiempo. En Emputecido es tal cual.

Naciste en Capital Federal en plena dictadura. ¿Cómo veías el mundo gay como niño y espectador en esa primera infancia, en ese contexto tan opresivo y amenazante?

-En el espectáculo cuento mucho de esa época. Era durísimo, porque los adultos no sabían qué hacer con un pibe gay, sensible que no hacía las cosas que tenía que hacer un varón. Sufrí un montón de bullying, aunque en esa época ni siquiera se hablaba de eso, simplemente eras un bicho raro. Los recreos del cole eran un temón, porque me moría por jugar al elástico con las nenas. Una vez le afané guita a mi vieja, una travesura de niño, para comprarme a escondidas figuritas de los Ositos Cariñosos y me encerraba en el baño, que era el lugar donde sabía que nadie me podía ver. Me quedaba admirando ese pilón de figus que eran sólo permitidas para nenas. Y también me daba tristeza no poder compartirlo con nadie. Y ahora, mirá como es la vida, puedo compartirlo con toda la gente que está leyendo esta nota y cada sábado en el teatro.

Hay toda una corriente en el presente que se manifiesta en contra de reírnos de nosotrxs mismxs (Hannah Gadsby, por ejemplo), ¿qué pensás de eso?

-No estoy muy al tanto de esa corriente... ¿es como una secta? (Risas). A mí me encanta reírme de mí mismo, y un poco de algún que otro también, pero sobre todo conmigo. Es cierto que a veces cuando uno pivotea con el humor solo en la característica de género o de su sexualidad corre el riesgo de convertirse en su propio cliché. Pero eso también va a pasar. Todavía debe ser tiempo de hablarlo. El humor es catártico y a nosotrxs nos han prohibido tanto reírnos o manifestar nuestra felicidad en público que está buenísimo pararse en un escenario y decir: “les voy a hablar y hacerlos reír, de todas estas cosas por las que en otro momento te hubieras violentado”.

¿El tener voz propia y ser escuchado en Bendita fue un entrenamiento para el unipersonal? ¿Qué aprendiste de trabajar en un programa popular para pensar tu obra?

-Por supuesto. El reconocimiento que me dio Bendita y mis compañeros y compañeras, empezado por Beto, me animaron a hacerlo. Era algo que yo tenía encajonado y gracias a la exposición del programa pude animarme. Porque la vida me demostró que ser yo mismo estaba bien, que no corría ningún peligro en ser como soy. Entonces me puse a laburar y Casella me apoyó un montón. Me ofreció mirarme el texto y su devolución fue hermosa y muy alentadora.

¿En qué público pensaste al escribir la obra, a quiénes está dirigida?

-Es para todo el mundo. La comunidad gay va a tener distinta interpretación que la que pueda tener mi vieja. Es super pragmático el humor, y eso es lo hermoso. Entregas y cada uno se apropia, luego te devuelve y así se va armando el partidito de la comedia.

Es cierto que en algunos pasajes pensaba: “Uh, cuando venga mi vieja por ahí no le guste este chiste”. Y ahí Vinchu, mi director, me acomodaba y me decía: “hacelo igual”.

¿Qué clase de espectador sos de vos mismo?

-Ahora intento ser amoroso. Pero soy muy crítico. No me gusta verme, pero me obligo a hacerlo porque si no, uno no evoluciona. La idea que uno tiene de uno mismo siempre es distorsionada. Pasa con la voz también. Hay que aprender a verse cómo uno mira al otro.

 

Emputecido: sábados a las 23.59, en Teatro Picadero.