La alerta roja de las ultraderechas no funciona. Ni siquiera funciona saber lo que esas ultraderechas representan en tanto destrucción de las vidas vulnerables. Tampoco funciona saber la onda expansiva de represión violenta que se puede desencadenar. Y tampoco es suficiente que se multipliquen por doquier en un mundo donde el capitalismo transforme a las vidas en un fondo disponible para producir subjetividades neoliberales. Por ello, los movimientos nacionales y populares y las izquierdas aceptan constituirse en una mera barrera de contención. Y está situación obviamente no es una crítica. Esto sucede desde que se confirmó en todos los análisis del capitalismo contemporáneo, por distintas que fueran las teorías, que no es posible esperar una ruptura absoluta o "revolucionaria" con respecto al modo de producción capitalista . El Duelo y la impotencia que ha implicado está situación histórica en el corazón de lo social aún no ha sido considerado en todas sus consecuencias. Es probable que esta lectura aún no pueda hacerse porque vivimos en medio de esas consecuencias. Por ello la desazón silenciosa o parlante que emerge en las distintas militancias.

Los movimientos nacionales y populares en Latinoamérica y las izquierdas europeas desarrollan su pensamiento en el interior de una impotencia reflexiva, o planteando alternativas anacrónicas, o proponiendo un éxodo a experiencias de autogobierno que se desentiendan de las políticas de Estado. Ninguna de estas circunstancias deben ser entendidas en términos negativos o desde un desdén crítico o decepcionando. Las mismas constituyen la nueva materia prima de las experiencias políticas por venir. La imbricación de lo más arcaico con la aceleración de la concentración económica y la desigualdad social, ha sido letal. La mezcla explosiva de la antigüedad de las pandemias y las guerras, con la hipermodernidad de los algoritmos financieros, han destruido la noción de alternativa como instancia absoluta. En todo caso se podrá hablar de alternativas en plural sin soñar con ningún "afuera" del Capitalismo. Pero todas las luchas que se puedan dar en el interior del Capitalismo, las cuales pueden eventualmente quedar capturadas por la potencia de sus dispositivos, deben darse. En primer lugar para combatir la apatía cínica, depresiva o hedonista, que se expande por doquier como el humor social dominante, en segundo lugar porque la conflictividad social clásica, la que surge de la explotación del capital, aunque no vaya a derrocar al capitalismo, puede trazar una nueva cartografía, caminos aún no explorados por las políticas actuales. Y por último, porque ninguna opresión por consolidada que esté nunca alcanza su perfección total y absoluta. Algun día se saldrá de la caverna.

Mientras, no se sabe cuánto durará el tiempo del duelo y de la impotencia. Lo que es seguro es que para atravesar ese espectro capitalista hace falta tiempo para comprender. Probablemente la conclusión se precipitará después de los grandes acontecimientos que vuelvan hablar el idioma de la historia. Las puertas del capitalismo se abren desde su interior por caminos que aún quedan por trazarse, sin esperar por ahora que converjan en un mismo punto.