La perspectiva de que Innervisions fuera el último disco de Stevie Wonder es aterradora. Por un lado, porque si aquel accidente en la Interestatal 85 hubiera terminado con su vida, el mundo se habría visto privado de una serie de álbumes que delatan a un genio de la música contemporánea, canciones que sin dudas mejoran la existencia. Por otro, porque la historia no puede ser tan ajustadamente circular -y cruel- como para cerrar la vida de un artista con uno de los discos más perfectos de la historia.

¿Exagerado? La prueba es sencilla: darle play a Innervisions y que empiece a sonar "Too High". O preferir el Lado B y que arranque nada menos que con "Higher Ground", ese tema sobre la reencarnación (!) compuesto y grabado en tres horas. Y después prestar atención a las otras siete canciones. Y que la conclusión se dibuje sola.

Innervisions es un destilado Wonder de altísima pureza. Basta de "Little Stevie", pareció decir el músico de Michigan, que podía estremecer a las almas enamoradizas con pedazos de baladas como "Golden Lady" y "All in Love Is Fair" pero, en ese convulsionado 1973, estaba dispuesto a también fijar posición política. El escándalo de Watergate estaba en ebullición completa, con las audiencias en el Senado echando cada vez más luz sobre el espionaje de Richard Nixon al Comité Demócrata: con "He's Misstra Know-It-All", Wonder proveyó una banda de sonido posible para la renuncia del presidente estadounidense, el 8 de agosto de 1974, apenas cumplido un año del accidente en la ruta que casi se llevó a Stevie. 

En otro gesto horrible del destino, el golpe en la cabeza dejó a Wonder con otros dos sentidos menos: recuperaría el gusto pero casi nada del olfato. Pero ser invidente no quería decir que Stevie no supiera el color de su piel, y lo demostró en Innervisions con uno de los grandes manifiestos antirracistas de la música pop. En "Living for the City", el músico viste una historia harto conocida por su comunidad con esa onda inigualable que caracteriza a su música. Wonder relata el camino de un afroamericano que huye de la discriminación racial en Mississippi para caer en... la discriminación racial en New York, donde un sistema corrupto lo entrampa en un crimen que no cometió y le larga diez años de prisión por la cabeza.

Stevie era un joven veterano que grababa profesionalmente desde los 11 años. Tenía 23 cuando grabó semejante disco, el número 16 de su carrera, asumiendo el rol de hombre orquesta que seguirían discípulos como Prince y Lenny Kravitz. Salvo intervenciones puntuales de otros músicos, en Innervisions toca casi todos los instrumentos, da clase maestra de ese Clavinet que se volvería marca indeleble y experimenta con el sintetizador de mejor nombre de la historia: TONTO, acrónimo de The Original New Timbral Orchestra, aparato revolucionario que Brian de Palma le pediría prestado al año siguiente para el estudio de Swan en Phantom of the Paradise.

En Innervisions no hay concesión a tontería alguna. Quizás la milagrosa recuperación de su autor tuvo que ver en los miles y miles de copias vendidas y los Grammy del año siguiente, pero si no se hubiera cruzado ese camión el resultado habría sido el mismo. Para dejar claro que había entendido la "bendición" de ese Dios que le permitió seguir y hasta subirse al escenario con Elton John apenas siete semanas después del coma, Stevie Wonder inauguró con Innervisions el "período clásico" que engarzó una perla detrás de otra, Fullfillingness' First Finale, Songs in the Key of Life, The Secret Life of Plants. Y siguió, con sus alzas y bajas, porque nadie puede ser genial todo el tiempo. Y afortunadamente aún lo tenemos por acá, desparramando onda con la naturalidad de quien, de verdad, está de vuelta de todo. Hasta de la muerte.