Entre las innumerables enseñanzas de mi maestro, David Maldavsky, hay una que me dejó una particular impronta: la persistente búsqueda de los nexos. Desde luego, el mapa de términos y conceptos que se abre a partir de la idea de nexos es vasto y de allí la huella que me dejó aquel aprendizaje. En efecto, seguir el rastro de los nexos es una aventura transversal a la que nos lanzamos, por ejemplo, al escribir un texto, cuando escuchamos a nuestro interlocutor, cuando intentamos entender la historia o deseamos incorporar una teoría.

Por lo tanto, los nexos, que pueden ser lógicos, causales, afectivos; que organizan el tiempo y el espacio; que enlazan pasado, presente y futuro, consolidan el sentido de nuestros pensamientos, nuestras acciones y nuestros vínculos.

En el campo lingüístico, para pensar los nexos, la gramática subraya el valor de la sintaxis. Esto es, un conjunto de principios que nos permiten jugar con el ordenamiento y la combinación de las palabras y grupos de ellas. La sintaxis, pues, resulta esencial para el sentido de los sintagmas, es decir, para entender al otro y para darnos a entender.

Categorías como coherencia, argumentación razonada y diversidad encuentran su condición de posibilidad en la sintaxis. Dicho de otro modo, cómo organizamos nuestro discurso, cómo justificamos nuestras premisas y qué lugar le damos al otro, responden a criterios que tienen una amplitud necesaria, que no arbitraria ni caprichosa.

Aunque los cruces entre lingüística y política son múltiples, hoy deseamos enfocar un segmento singular, consistente en afirmar que no hay democracia sin sintaxis. A la inversa, entonces, podemos preguntarnos por los indicadores antidemocráticos cuando reinan las perturbaciones sintácticas.

Sintaxis y democracia

Huelga decir que las alteraciones sintácticas pueden presentarse, si no en todos, posiblemente en muchos sujetos, de manera transitoria o duradera. Razones clínicas, cognitivas u orgánicas pueden estar en la base de aquellas dificultades.

¿Por qué, entonces, considerarlas en el sentido que hemos indicado?

La respuesta a este interrogante reúne tres condiciones: en primer lugar, nos referimos a este rasgo retórico cuando se presenta en un sujeto que ejerce (o busca ejercer) el poder político. A su vez, tomamos en cuenta que las perturbaciones sintácticas se combinan con expresiones de odio, lo cual da cuenta de los diferentes objetos de la destructividad: los destinatarios de la violencia y la propia capacidad lingüística. Por último, la tercera condición es que las mencionadas perturbaciones sean persistentes, sostenidas en el tiempo.

Javier Milei

“O sea, digamos, eh…”, es una expresión trastabillada que todos escuchamos en boca de Javier Milei. La reitera en cada ocasión que se expresa, sobre todo cuando debe responder a alguna pregunta de quien lo entrevista. Asimismo, es frecuente que no responda a tales preguntas cuando, entonces, manifiesta frases como “La pregunta es...”, “Te lo pongo en estos términos...”, “¿Para vos está bien robar?”, etc., sin que nada de ello esté en relación con los interrogantes. Agreguemos que su argumentación económica suele reunir afirmaciones que no siguen una secuencia lógica nítida, lo cual se acentúa si contrastamos exposiciones que hizo en dos o más ocasiones diferentes. A su vez, pese a usar el latiguillo de la “evidencia empírica”, los hechos no convalidan sus presuntas hipótesis teóricas o sus pronósticos.

Además de su explícito propósito de “destruir al kirchnerismo”, reiteradamente se refiere a los “políticos chorros”, los “econochantas”, “los periodistas ensobrados”, “los zurdos de mierda”, “fracasados”, a que “los socialistas son excremento”, etc. En esa misma línea, todos aquellos que cuestionan sus dichos son, según sus propias palabras, “operadores”, “traidores”, “sucios” o “emboscadas”. A la inversa, sobre él mismo (y sus seguidores) el conjunto de frases incluye figuras como “revolución moral”, “personas de bien” y “superioridad estética”.

¿Es Hitler?

Por mi parte, considero que no hay ninguna necesidad de comparar a Milei con Hitler; ya que son las propias características de personalidad del candidato argentino así como sus propuestas de gobierno las que nos permitirán formular juicios y presunciones. Sin embargo, y al mismo tiempo, nada nos impide recuperar las experiencias pasadas (nazismo, dictadura militar argentina, etc.) para tener presente las diversas condiciones de emergencia de la violencia política.

La historiadora Hilary Earl, en el documental “Civiles armados: el holocausto olvidado”, afirma: “Debemos pensar en la relación entre el individuo y el Estado. Si el Estado dice: «Odiamos a este grupo y queremos que se ocupen de él» esta es una relación muy importante”.

En suma, lo que resuena como advertencia no es tanto si Milei y Hitler se parecen, sino lo que sucede cuando desde el Estado se promueve el odio contra individuos y grupos.

En la breve reseña que hicimos de su discurso, entonces, hallamos expresiones que denigran a los rivales, otras que representan sus pulsiones destructivas, algunas que ponen de manifiesto su incapacidad para escuchar una crítica (a la que solo percibe como traición), así como descripciones omnipotentes sobre la propia posición. A su vez, resulta ostensible la desarticulación sintáctica entre frases, entre palabras y hechos y entre él y sus interlocutores inmediatos.

La sintaxis pronóstica

Nos interesa, entonces, la sintaxis en tanto metáfora gramática que, como señalamos antes, nos permite valorar los enlaces entre palabras, juicios y razonamientos, nos ayuda a comprender los nexos causales, colabora en la comprensión histórica y subraya la importancia de los vínculos.

Sintaxis también es pensar qué podría ocurrir, es tratar de entender, con una mirada prospectiva, lo que podría suceder en el futuro a partir de sucesos del pasado y del presente. Aunque no se trata de una certeza absoluta, mucho menos de una anticipación inverosímil.

En cambio, el negacionismo, la ceguera frente al cambio climático, el reino de la mano invisible del mercado y las pulsiones destructivas proceden violentamente para desestimar toda sintaxis, toda historicidad.

Ese modus operandi se verifica en todo cuanto expresan Milei y Villarruel, en sus palabras frías, congeladas, en su discurso que no va más allá de una holofrase. Por caso, cuando repiten “¡Adoctrinamiento!” para cuestionar la ESI o la reflexión política, no solo desestiman el pensamiento compartido, el análisis de los vínculos y de las continuidades históricas, sino que también encubren que son sus propias propuestas las que están viciadas de un adoctrinamiento rancio.

Y aquí hallamos la última expresión de su perturbación sintáctica que deseamos destacar: su destructividad también se revela en el hecho de hablar de la “realidad” cuando, en rigor, solo está hablando de sí mismo. ¿O, acaso, hablar del Estado como una organización criminal cuando solo aspira a ocupar la presidencia es otra cosa?

En síntesis, las perturbaciones sintácticas de Milei, en todos los planos descriptos, pone en evidencia que su discurso destructivo es un discurso que padece de idéntica destructividad. Y esta última nos alerta por lo que, presumiblemente, contiene de pronóstico.

Sebastián Plut es doctor en Psicología y psicoanalista.