Día de la madre, otra vez, otro octubre, otro año celebrando a las mujeres madres que ejercieron o ejercen esa tarea cada día. El día de la madre trae algo de la repetición, sin embargo, no es lo mismo ser madre hoy que hace apenas diez años, ni hablar de cincuenta. La ola feminista de los últimos años produjo un cambio que impactó también en la vida de mujeres que eligieron --una palabra antes vedada-- parir, criar, adoptar. La maternidad será deseada o no será, ese slogan tan repetido en los últimos años se coló en muchas vidas, especialmente las de quienes tienen o tuvieron la posibilidad de elegir. La ley de interrupción voluntaria del embarazo vino a garantizar esa posibilidad y especialmente la de elegir no ser madre, algo que todavía incomoda a ciertos sectores. El contexto actual, con el avance de las derechas en Argentina y en el mundo, y con la posibilidad de que asuman el gobierno partidos de esa línea política no deja de preocupar porque justamente son los derechos de las mujeres unos de los primeros en ser ninguneados y al pie de ser socavados. La literatura sobre maternidades viene hablando sobre estas y otras cuestiones desde hace unos quince años y cada vez más encuentra nuevos motivos para escribirse ante la avidez de mujeres por encontrarse con una narrativa que las acompañe en el difícil proceso de ser madre. En esta nota están las miradas de tres autoras que escribieron sobre las maternidades hoy.

La primera gran cadena de preguntas que surgen a esta altura del siglo XXI y ante la ya instalada la marea verde y violeta que empezó gritando #Niunamenos y logró que la interrupción legal del embarazo fuera ley, así como que la agenda de los derechos de las mujeres y disidencias se instalara en al agenda pública y mediática, es ¿cómo es ser madre hoy? ¿Qué es lo que se mantiene, qué cambió? ¿Qué dificultades atraviesan quienes quieren ser madres? ¿Qué creencias y tabúes signan los nuevos modos de serlo?

Carolina Justo von Lurzer, investigadora del Conicet, autora de Mama mala. Crónicas de una maternidad inesperada (Editorial Hekht, 2015), dijo a este diario que ser madre para mí sigue siendo hoy un terreno de tensión interna entre el placer y la demanda intensiva. Exige de nosotras mucho más de lo que muchas veces podemos (lo cual nos da una culpa monumental porque deberíamos poder y querer todo siempre) y al mismo tiempo es una fuente de enorme disfrute”.

A Violeta Gorodischer, periodista y escritora, le llevó todo un libro responder esa pregunta. La autora de Desmadres (Planeta, 2022) explicó que en los primeros años de maternidad “la experiencia está muy condicionada por factores estatales y políticos que hacen que vos puedas tener un tipo de maternidad mejor o peor, digamos, en el sentido de qué tipo de parto vas a tener, cómo va a ser la atención médica, qué tipo de lactancia vas a tener, los cuidados con respecto a tu hijo pequeño, tu bebé. Porque todo eso está regulado por instituciones que pertenecen a la política y al Estado. Entonces creo que sigue muy vigente aquello de lo que hablaba Adrienne Rich en Nacemos de Mujer, que era la maternidad como institución y la maternidad como experiencia. La maternidad como institución que está moldeada por otros. Por Estados, por religiones, por instituciones, por hombres incluso, porque aparecen muchos hombres también en el terreno médico, históricamente cuando se medicaliza el parto y demás. Y después la maternidad como una experiencia individual, privada y única. Yo creo que en los primeros años de la maternidad en Argentina lo que se produce es una tensión entre estas dos cuestiones. Es un hecho privado y es un hecho social y político. Con lo cual creo que seguimos profundamente condicionadas en ese sentido, las dificultades son muchas”, apuntó. Entre ellas recordó que la Ley de Parto Respetado no se cumple “con lo cual cualquier profesional que incurre en violencia obstétrica no tiene ningún tipo de castigo y ahí ya empezas con el pie izquierdo el camino”; las licencias para amamantar son muy cortas y también es muy difícil hacerlas cumplir; y la situación de los cuidados es “tétrica” en Argentina; “por eso también está en tratamiento el proyecto de Ley Cuidar en Igualdad para que las licencias se extiendan y sean igualitarias tanto para hombres como para mujeres e incluso obligatorias para los hombres”. ·También la infraestructura de cuidados es desastrosa --agregó--, casi no hay vacantes en los jardines maternales. Entonces vos tenés al convertirte en madre dos opciones: o resignar tu carrera laboral y dedicarte al cuidado de tus hijos o regresar teniendo que monetizar ese cuidado, con lo cual se acrecienta todo lo que se está hablando tanto hoy en día de la brecha salarial.”

Para Yaiza Conti Ferreyra, autora de Medias de unicornio (Hasta Trilce, 2021), docente, escritora, actriz y guionista, “el problema de las mujeres de nuestra edad (39) es que somos la generación bisagra, queremos ser madres porque entendemos que es una experiencia única y completamente trasformadora, pero por otro lado no queremos resignar nada de todo lo que logramos y ganamos --con mucho esfuerzo-- para nosotras mismas. Esta contradicción nos genera mucha angustia y, claro que sí, toneladas de culpa. La sociedad no ayuda, por supuesto. Al hombre le cambia muy poco la vida cuando se convierte en padre: mi pareja (el mejor padre del mundo), trabaja full time, va al gimnasio y hace cursos de astronomía, todo esto sin el más mínimo sentimiento de culpa. Yo en cambio solo “me permito” trabajar. Cualquier otra actividad que me aleje de mi hijo me hace sentir mal, porque las mujeres tenemos tan internalizados todos los mandatos tradicionales que cuando los queremos romper el costo es una culpa gigantesca”.

En algunos aspectos su relato no parece tan distinto del de tantas mujeres de otras generaciones que la precedieron. ¿Es que el feminismo no logró romper con esa idea de la maternidad sagrada que condena a las mujeres a ese único rol como destino? Para von Lurzer, “la aceleración de las demandas y discusiones feministas de la última década potenciaron muchísimo esa tensión. Ya no discutíamos que la maternidad no era un destino para todas, ni exigimos por el derecho a la IVE sino que pusimos sobre la mesa los malestares de la maternidad. Generamos, acá y en otros lugares del mundo, la oportunidad de decir con todas las letras los 'no', los 'no sé', 'no puedo', 'no quiero', los 'a veces', los 'no todo el tiempo' de maternar. Se pusieron sobre la mesa más que nunca los múltiples modos y experiencias de maternidad. Somos diversas también para eso y también nos persigue un modelo hegemónico de madre siempre imposible. Muchas veces se dice que los productos culturales que surgieron a la luz de este movimiento están hechos por mujeres privilegiadas que tuvimos tiempo de pensar en los puerperios, las maternidades, etc. Yo creo que esa fue una de las formas que tomó la expresión de un problema más amplio --la carga mental, material, subjetiva que pesa sobre nosotras-- y que también se está procesando socialmente en la agenda de cuidados. No queremos ni podemos cuidar en cualquier condición. Porque cuidar y maternar tampoco es 'solo amor'”.

“Eso que llaman amor es trabajo no pago” es el slogan tan difundido por estos años surgido a partir de un trabajo muy profundo de la investigadora italiana Silvia Federici. Un slogan por supuesto es una síntesis que puede dejar afuera complejidades. Cuidar es trabajo no pago, lo que no quiere decir que no haya amor en ese cuidado. El problema es que nuestra sociedad explota a las mujeres con la excusa del amor.

“Cuando me convertí en madre me empecé a preguntar si se puede ser feminista y tener hijes al mismo tiempo --relata Conti Ferreyra--. Me parecía contradictoria esa combinación en esta sociedad donde la mayor carga de los cuidados de les niñes sigue recayendo en las mujeres, las cuales deben dejar de lado trabajos, proyectos personales, deseos, etc. en pos de la ardua tarea de criar a otro ser humano. Un día hablando con una amiga feminista que no tiene hijes (ni los quiere tener), me dijo: 'El feminismo implica que cada mujer tenga la libertad de elegir lo que quiere ser y hacer con su vida, por ejemplo, ser madre o no serlo'. Esa idea me reconfortó un poco, pero no del todo. Ya sabemos que las decisiones y “libertades” personales siempre están condicionadas por el contexto y éste muchas veces no está de nuestro lado. Yendo a mi experiencia personal, si yo no tuviera una madre y una suegra a disposición para cuidar a mi hijo todas las tardes, no podría hacer todo lo que hago, o deberíamos invertir con mi pareja mucho dinero en jardines maternales o niñeras. El feminismo ha avanzado muchísimo, de eso no cabe duda, pero con respecto a la maternidad sigue habiendo ideas conservadoras muy arraigadas a rolete: que no hay nadie con quien le niñe pueda estar mejor que con su madre; que si uno de les dos mapadres debe dejar de trabajar para estar con el niñe debería ser la madre porque, por lo general ganamos menos que nuestras parejas; que una buena madre debe ponerse en segundo lugar “solo por unos años, los primeros, los más importantes en la formación de una criatura”, etc, etc, etc. ¿Cómo volvemos las mujeres a insertarnos laboral o socialmente después de ese paréntesis eterno en nuestras vidas?”

Que haya políticas que permitan que las mujeres se inserten en un mundo laboral formal no precarizado es fundamental para que las maternidades dejen de estar en la tensión permanente de cuidar o trabajar. Gorodischer rescata la importancia en ese sentido del proyecto de Ley Cuidar en Igualdad “para cortar la brecha salarial, que se acrecienta muchísimo en el momento en que una mujer se convierte en madre”. Por otro lado, valora la aprobación de la ley Johanna, para garantizar la atención médica a mujeres y personas gestantes que atraviesan una muerte perinatal, como un logro de los feminismos.

Sin embargo el horizonte que se vislumbra en un contexto de precarización laboral y de avances de las derechas en argentina y en el mundo es bastante oscuro. “Vamos a tener no solo que defender lo que hemos conquistado hasta acá y sostener la agenda de cuidados (todavía para mí en debate sobre qué es lo que queremos y necesitamos exigir) sino cuidarnos de una eventual privatización y familiarización para las mujeres” apuntó von Lurzer.

En la misma línea, Gorodischer planteó que es “importante recordar que muchos de los primeros derechos que conseguimos las mujeres los conseguimos en tanto madres, la licencia por maternidad, los descansos para la lactancia, las leyes sociales de principios del siglo XX relacionadas con convertirse en madre dentro del ámbito laboral, la maternidad es profundamente política. Creo que hay que seguir muy firmes, no perder los derechos que se han ganado y seguir luchando por los que faltan en torno al hecho de ser madres”.

En palabras de Conti Ferreyra, “la derecha se enorgullece en reconocer que no le importan en lo más mínimo los derechos de las mujeres ni de las infancias porque las consideran “propaganda partidaria”, problemas menores o extremismos de un grupo minoritario. Me preocupa que se privatice o se empobrezca a la educación pública. Y sobre todo me preocupa la violencia e intolerancia en aumento que veo todos los días en todos los estratos sociales. No quiero ese mundo para mi hijo”.