La palabra sucede como si un canto o un misterio la habitaran y su cuerpo no pudiera soportar el sonido de cada frase. Ella se dispone a hablar como una cantora que necesita compartir lo oscuro y alegre de su experiencia.

Su voz es lo único que tiene y el texto está dibujado con minuciosidad y esmero porque es su equipaje, esa letra que no está estampada en ningún documento, que se corresponde con la oralidad como tradición y presencia y que Yoli inventa mientras relata con encanto cada hecho. Las voces de lxs otrxs están en ese cuerpo imantado. En la Yoli Mindolacio la narración no se sostiene en un único punto de vista, el personaje que asume el protagonismo funciona como un plural. Su voz se rompe para contener la palabra de lxs otrxs, aun de aquellxs que se sitúan en la parte opuesta del conflicto.

Fabián Diaz realiza un procedimiento similar al que expuso en Los hombres vuelven al monte donde la forma del monólogo se pone en cuestión al ser invadida por una cantidad de voces que llevan a ese cuerpo a convertirse en un relámpago, en una estructura rota que puede contener y capturar todo lo que pasa en ese entorno. Hay en este recurso una reformulación de la noción de personaje. Lo que vemos en escena es el cuerpo como espacio escénico, como unidad abierta. 

El personaje que narra se sitúa como un ser construido por esa trama social pero también dispuesto a luchar y a discutirla. En este caso Yoli utiliza esta forma dialogada casi como una prueba, como un modo de demostrarnos que ese itinerario de desarraigo esconde una incomprensión sobre su condición misma de mujer de un pueblo originario del norte argentino. Yoli amaba vivir en la población y mezclarse en hazañas con sus amigos donde la naturaleza era una aliada pero las costumbres civilizatorias la llevaron a ese exilio urbano de casas iguales. 

En ese éxodo ellxs pasan a ser lxs indixs para sus vecinos, palabra que connota un insulto pero también una afirmación. Yoli y sus amigxs no reniegan de lo que son, no aceptan transformarse, ni adaptarse, impregnan con su modo de vida una realidad que quiere capturarlxs, convertirlxs en seres funcionales, usarlxs para el mercadeo. En lo salvaje, entendido como un espíritu que se niega a ser domesticado, ellxs encuentran las formas de revelarse, su pequeña revolución de cuchillos, sus olores a comida como una fragancia que de tanto desprecio deviene en seductora.

La dirección de Manuela Mendez se dedica a generar una conexión perfecta entre el texto y la actuación de Olave Mendoza. Si Fabián Diaz crea una poesía que le sirve para señalar una línea ideológica, esa que instala una fabulación sostenida en el más concreto realismo pero que se sale de ese género para develar una imaginación emancipada que nadie puede controlar y que hace del cuerpo de Olave Mendoza una materia flexible, virtuosa, y capaz de razonar desde lo sensible, es porque la escena se convierte en una instancia de invocación de esa fuerza marrón que suele negarse como sustancia y como experiencia.

En Olave Mendoza hay una naturalidad que no desconoce la destreza técnica que la hace posible. Ella nos acerca a cada personaje con el gesto mínimo, las variaciones son tan contundentes como sutiles. No podemos dejar de mirarla, somos seres encantadxs frente a ella. La anécdota narrada es fundamental en su consistencia social, política e histórica pero tanto Fabián Diaz en la dramaturgia como Olave Mendoza desde la interpretación, establecen variaciones sobre los hechos que construyen la estructura poética de esta obra. 

En Fabián Diaz siempre lo más terrible esconde una belleza donde reside la posibilidad de resistencia. Olave Mendoza parece construir una máscara desde la sonrisa como un modo de proponer una escena que rechaza el dramatismo, incluso cuando Olave Mendoza llora, cuando la emoción se vuelve una materia ineludible, hay algo que se aparta y que está ligado a esa batalla donde atravesar el dolor y la injusticia no implica derrumbarse. El cuerpo de la Yoli siempre tiene esa impronta de una batalla que nunca se termina.

La Yoli Mindolacio se presenta los viernes a las 22:30 en El Grito y el jueves 30 de noviembre a las 21.