“Es una frase muy famosa”, responde Jodie Foster cuando Annette Bening le pregunta sorprendida si conoce a Mary Oliver. La frase muy famosa: “Dime, ¿qué piensas hacer / con tu única, salvaje y preciosa vida?” es el final de “Día de verano”, el poema que Mary Oliver publicó en House of Light, (Boston, Beacon Press, I990). 

Las actrices recuperan a Oliver en dos escenas claves de Nyad, la película en la que Bening es Diana Nyad, (la nadadora que, a los 64 años, en septiembre de 2013, se convirtió en la primera persona en nadar los 177 kilómetros desde Cuba hasta Florida sin usar la jaula protectora) y Foster, su amiga y entrenadora, Bonnie Stoll. Y sí, definitivamente la frase es “tan famosa” como para estar impresa en un pin, en un cuadro, en una remera, en un almohadón, en una taza, en el guión de una película y en todas las exhibiciones posibles que ofrecen las redes.

Premiada con el Premio Pulitzer en 1984 y el Premio Nacional del Libro en 1992 y no siempre bienaventurada por la crítica (los suplementos culturales no solían reseñar sus libros) Mary Oliver, la poeta best seller, la que citan los famosos, la poeta de los animales: conejos, pájaros, osos, con predilección por los perros (Dog Songs, Penguin Press, 2013), la poeta de la naturaleza y lo sagrado, la que admiraba a Keats, Whitman y Shelley, la que publicó más de treinta libros, el primero: No Voyage and Other Poems, cuando tenía veintiocho años, acumula detractores y fans que la atacan o la celebran por lo mismo: un estilo conversacional sin trucos que ofrece una inesperada liberación espiritual. 

Nació en Ohio, “vengo de una casa muy oscura y rota” dijo cuando contó que su padre abusó sexualmente de ella y que comenzó a escribir poesía a los trece años caminando por el bosque: "hice un mundo con palabras y esa fue mi salvación." Cuando terminó la escuela secundaria escapó del infierno hogareño y se fue a Austerlitz para conocer la casa en la que había vivido Edna St. Vincent Millay (1892-1950), se hizo amiga de Norma, la hermana de la poeta, y ahí se quedó durante varios años recopilando y organizando textos y documentos de Edna. 

Después se mudó a Nueva York, pero fue en Austerlitz donde conoció a Molly Malone Cook, fotógrafa, librera, la mujer de la que se enamoró y quien le dedicó todos sus libros. Juntas recolectaban hongos, almejas y mejillones para comer cuando no tenían ni un dólar y juntas vivieron hasta que Molly murió. Cuando le preguntaban por sus intenciones y desvelos decía que solo había que estar atenta, “el mundo natural que te rodea: los jilgueros, el cisne, los gansos salvajes te dirán lo que necesitas saber”. Y fue ese arte, el arte de prestar atención, el que armonizó la voz de sus versos, de sus ensayos y de sus poemas en prosa. 

Una atención devota capaz de discurrir sobre las voces pesadillescas con las que recuerda el abuso paterno, sobre la asombrada con la que descubre lo bien que silba Molly o sobre la filosa como un cuchillo listo para cortar con la que repite el diagnóstico de su cáncer de pulmón. En la película Nyad (Bening) con el libro de Oliver abierto dice que no le gusta la poesía y se queja porque los poetas dan vueltas, “por qué no lo dicen y ya”. La respuesta de su amiga Bonni (Foster) no tarda en llegar: “sos muy impaciente”.

La paciencia que no trampea llega a la hora señalada (no solo en las películas) para repetir los versos y escuchar las preguntas que esos versos hacen.