Negacionismo. En Si Auschwitz no es nada, Di Cesare afirma que el negacionismo no es opinión, ni libertad de expresión, ni revisionismo histórico, pues se funda en la supresión de las condiciones para la confrontación: “la verdad se nutre de voces discordantes, no de negación”. De hecho, los negacionistas no leen de manera diferente los acontecimientos, porque para ellos nunca existieron. El negacionismo es una propaganda política que falsea el pasado y amenaza la comunidad interpretativa del futuro.

Deshumanización. Las comparaciones tienen una validez relativa y su utilidad disminuye si aspiramos a concluir qué fue más terrible. No tiene sentido colocar en una escala de magnitudes a Auschwitz, la dictadura cívico-militar argentina, el genocidio armenio, etc. En todo caso, compararnos ayuda a definir lo singular de cada acontecimiento y, quizá, nos permita hallar ciertas continuidades.

De hecho, si solo consideramos dictaduras, perdemos de vista gobiernos democráticos que tienen vasos comunicantes con ciertos genocidios y que ostentan cosmovisiones en las que, bajo la idea del mercado omnipresente, vuelve a cobrar vigencia la lógica de supresión del otro. Lo mismo sucede con el negacionismo: encontramos divergencias por los contextos históricos, pero también semejanzas inherentes a los proyectos deshumanizantes.

Libertarios. Niegan la pandemia, el cambio climático, la violencia de género y el sentido del Estado. Si hablamos de negacionismo tenemos en cuenta la articulación de un puñado de dirigentes con sectores de los medios de comunicación, del poder judicial y con una masa significativa de adherentes. En efecto, los sectores sociales que se suman a estos discursos no son receptores pasivos del negacionismo sino, también, productores activos.

A su vez, el negacionismo se expande como un modo de argumentar más allá de los genocidios. Recordemos cuántas veces Milei negó haber dicho lo que dijo, o a quienes lo votaron porque “no va a hacer lo que dijo” (aun no asumió y ya hay arrepentidos). Esta negación no difiere de la que sostenían los votantes de Cambiemos: “Macri es millonario, no necesita robar”.

Un punto de partida fue el macrismo y no solo porque el mismo Macri propuso “terminar con el curro de los DD.HH.”. Significantes como cambio o lo nuevo son eufemismos que niegan sus antecedentes históricos. La insistencia en votar un cambio (Cambiemos, Juntos por el Cambio) hoy continúa en que “Milei es lo nuevo”. Que él sea una novedad en la política no anula que sus ideas pertenecen a las más rancias tradiciones. En suma, afirmar que Milei es lo nuevo es una expresión negacionista y un signo de negacionismos precedentes.

Trauma y política. Si pensamos en el voto a Milei, no hay una única explicación. Todo acontecimiento político tiene determinaciones múltiples y la heterogeneidad de sus votantes nos exige entender motivos diferentes.

Una y otra vez, cuando hallamos un argumento, de inmediato se desvanece. Si pensamos en los desaciertos del gobierno actual, entendemos por qué no votaron al candidato oficialista, pero no logramos deducir la preferencia por un candidato que propuso suprimir derechos. Si nos alarma la derechización de la sociedad, al compás de procesos similares en otras latitudes, rápidamente observamos que no convivimos con un ejército de fascistas compuesto por el 55% de la población.

¿Podríamos, entonces, comprender nuestro presente si desestimamos los efectos de la dictadura, la hiperinflación, el desempleo, el corralito, el endeudamiento y la pandemia?

Por ello, antes destacamos que para Di Cesare el negacionismo tergiversa el pasado y amenaza las interpretaciones del futuro. Entonces, ¿por qué no considerar que hoy es ese futuro de un pasado en el que prevaleció el negacionismo?

Dados los eventos señalados en el párrafo previo, no debemos minimizar la relación entre trauma y política. Esto es, de qué modo los sucesos que resultaron intrusivos para todos forman parte de los procesos políticos actuales. Habrá que incluir la transmisión generacional de los traumas y que los traumas sociales difieren según la medida en que alteran nuestros nexos con lo diverso, trastornan nuestra cotidianeidad y perforan o arrasan nuestra coraza de protección antiestímulo.

Asimismo, los traumas colectivos alteran nuestro organismo, nuestra capacidad de pensar, nuestra capacidad de amar y nuestros sentimientos de injusticia. En suma, cuando nos sentimos abandonados por los representantes del superyó y de la realidad, tendemos a sentirnos desestimados por aquellos poderes y quizá esto explique la crisis de la representación política, es decir, por qué tantos sujetos votaron a quien, piensan, no hará lo que dijo.

Segregación. El negacionismo niega el exterminio y lo continúa al decir “esto no existió”. Una pregunta es cómo en democracia se viralizan videos de militares (retirados o en ejercicio) profiriendo amenazas y reivindicando el terrorismo de Estado. El negacionismo (como discurso que oculta muertos y está dirigido a los vivos) reúne contradicciones, estigmatización y segregación.

Por ejemplo, resalta cómo se combina la posición de Milei ante Israel con expresiones antisemitas entre sus filas. No muy diferentes fueron los comentarios de Mondino, Bussi y Rodríguez sobre las personas homosexuales. Se asumen superiores (en lo moral, en lo económico y en lo estético), arriban al poder prometiendo “exterminar” al kirchnerismo, les dicen a los peronistas “váyanse a vivir a Cuba” e, incluso, escuchamos a Macri inducir a los jóvenes libertarios a ir contra los “orcos”.

Un capítulo especial merece la insistencia de Milei sobre los “argentinos de bien”. Durante el macrismo no cesaron las denuncias de corrupción al kirchnerismo (sean fake news, lawfare, o no). Sin embargo, cuando Milei dice“chorros” se refiere a todos los que defienden la intervención del Estado. Él piensa que cobrar impuestos es idéntico a robar, que el Estado es una organización criminal. Por eso es grave su idea de los argentinos de bien, pues para él delincuentes son todos aquellos que piensan diferente (piqueteros, colectivistas, zurdos, kirchneristas, etc.).

Las mentiras. Pese a las falsedades de la ultraderecha, ellos atribuyen al otro el ejercicio de la mentira. Y ésta también es una estrategia negacionista: nada de lo que el otro diga será verdad. Un caso de corrupción, por ejemplo, demostrará que es falso que el populismo defienda a los pobres.

Los negacionistas de Auschwitz, dice Di Cesare, aseguran que los judíos inventaron la Shoá para beneficiarse. En este rincón del mundo, las acusaciones de corrupción tuvieron un fin similar: afirmar que la justicia social es una farsa. Del intento de asesinato de Cristina Kirchner dijeron que fue falso, que no había ocurrido, y que si ocurrió fue un hecho aislado o pergeñado por ella misma (similar a lo que se dijo cuando falleció Néstor Kirchner). Por último: previo a las elecciones, los libertarios denunciaron (en forma mediática) que habría fraude. Es decir, instalaron que si no ganaban el resultado sería una mentira.

Las víctimas. Para los negacionistas, las víctimas no existieron o no fueron víctimas o no deben dejar de ser víctimas. El primer destino lo intentaron cuando decían que los desaparecidos paseaban por Europa. El segundo destino comenzó con la frase “en algo andarían” y,ahora, Villarruel insiste en las víctimas de los grupos terroristas.

Sobre el último tipo, Di Cesare dice: “No tienen derecho a existir, salvo por el sufrimiento que han padecido. Como si la dignidad residiera en la pérdida de la dignidad, como si la legitimidad solo pudiera derivar de la condición de víctima”. Así, el negacionista se emociona si le cuentan que una maestra rural llega cada mañana a dar clases, luego de hundir sus pies en el barro y sin recursos de ninguna índole. Y Di Cesare se pregunta: “¿Qué ocurre si la salida de esa condición se traduce en un proyecto político?” Es decir, ¿qué sucede si la víctima deja de serlo y comienza a pensar en sus derechos? La respuesta la conocemos: se los acepta en su papel de víctimas, pero si dejan ese lugar se los acusa de agresores.

Número. La operación numérica reduce la reflexión a un acto contable. Negaron los 6 millones de judíos asesinados por el nazismo y aquí los 30.000 desaparecidos. Volvamos a Di Cesare: “La aparente objetividad del número es el pretexto tras el cual se esconde el negacionista... La intención es forzar el recuento del horror para que se pierda de vista la enormidad del exterminio”.

Por otro lado, tratar al otro como un número expresa el propósito deshumanizante. La ultraderecha se empeña en reemplazar la vida humana por los números; en lugar de pensar en el sufrimiento de los sujetos, jerarquiza las cuentas del Estado. Niegan la existencia de las vidas y solo miran una calculadora. Asimismo, reducen al otro a un número y descalifican las políticas públicas (“plan platita”,“planeros”, etc.). Por ese camino, homologan al otro con un animal, una bestia que no piensa, un irracional que no entiende.

Cierre. Las comparaciones no son útiles si el objetivo es establecer identidades absolutas entre hechos diversos. No obstante, nada impide advertir afinidades parciales. Examinar el negacionismo sugiere que si el que piensa diferente es arrojado al lugar del delincuente, del mentiroso o de desecho de las cuentas, podrá orientar nuestra comprensión del gobierno que está por comenzar. Una vez más, recurramos a Di Cesare cuando describe esa moral que “se inspira en el darwinismo social, en la selección natural en la lucha por la vida, exalta la dureza, rechaza todos los ideales humanitarios y aspira a restaurar la ley del más fuerte”.

Sebastián Plut es doctor en Psicología y psicoanalista.