Hay algunos libros que explican la descomunal transferencia de ingresos de los pobres y la clase media a la punta de la pirámide social que anunció Luis Caputo. El ministro de Economía es el exbanquero del JP Morgan, el Deutsche Bank y endeudador serial que opacó a Bernardino Rivadavia y su empréstito de la Baring Brothers tomado en 1824 y que la Argentina terminó de pagar en 1947. Egresado del colegio Cardenal Newman como Mauricio Macri, demuestra la insensibilidad de la clase acomodada a la que pertenecen. Beneficiaria de la crisis que profundizaron ambos y replicaron la mayoría de los gobiernos democráticos sin ponerle freno a su codicia.

Son bucaneros del siglo XXI, cuyos antecedentes y perfiles parecen sacados de ensayos de alto impacto, no estrictamente académicos, pero sí que hicieron escuela al describir la rapiña de esta clase de empresarios y financistas al servicio de su majestad: el mercado. Un puñado de cretinos que siempre pescan en río revuelto. Sobre todo cuando las economías pauperizadas van camino al hundimiento.

No es un mercado como La Salada, el Central de La Matanza o la feria de cualquier barrio. Es más intangible. No se ven señoras ni señores con changuito padeciendo los precios. En los mercados que “hablan” --así los personifican sus voceros periodísticos-- solo se percibe su presencia en un formulario de Excell, cuando los traders tocan la tecla enter de un celular o una computadora para transferir sus ganancias a un paraíso fiscal o cuando aparecen los fondos buitre como Black Rock, el principal acreedor del país que reclama una mayor porción de la torta.

Los libros de fácil lectura que describen estas conductas y sería propicio releer en estos tiempos de angustia colectiva son El horror económico, tal como lo definió la novelista Vivian Forrester en 1997 o Una extraña dictadura, de la misma autora francesa fallecida en 2013. También La doctrina del shock de Naomí Klein, que la periodista canadiense publicó en 2007. Por supuesto, hay más obras. Escritas antes y después. Algunas muy eruditas como El capital del siglo XXI, de Thomas Piketty, que se publicó en 2013. En ellas se puede rastrear la voracidad de estos señores de cuello duro y guante blanco que no dudarían en convertir en material descartable al propio presidente, Javier Milei. Digamos, sin sutilezas, su bisturí o el fusible de la motosierra.

Esta que vivimos parece la crónica de un ajuste anunciado en textos muy pretéritos, que incluyen a los propios autores donde abreva el personaje de las ideas y el pelo revuelto. Dos años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, se creó la sociedad de Mont Pelerín. Lleva ese nombre porque la crema liberal-ortodoxa de la época se reunió en un hotel de esa localidad suiza. Temían no solo al colectivismo. Además a las ideas keynesianas sobre el estado de bienestar. El encuentro lo financiaron banqueros de ese país que habían ocultado las fortunas robadas por los nazis a la colectividad judía víctima del Holocausto en las llamadas cuentas durmientes. Los dos referentes ideológicos de Milei, los economistas austríacos Von Hayek y Von Mises, estuvieron presentes. El primero ya había escrito en 1944 su libro Camino de Servidumbre, que reivindica al dios mercado por sobre toda manifestación de vida humana en el planeta.

Escribió Von Hayek: “Es la sumisión del hombre a las fuerzas impersonales del mercado lo que, en el pasado, hizo posible el desarrollo de una civilización que sin esto no habría podido hacerse; es por la sumisión que participamos cotidianamente en la construcción de algo más grande que lo que todos nosotros podemos comprender plenamente”.

Subordinación es lo que persiguen en el gobierno de la casta no tan casta. Rendirse ante la fuerza invisible del mercado como si el mercado no fuera movido por propuestas que Piketty, la india Jayati Ghosh y otros economistas de prestigio, llamaron “simplistas” y sin “evidencia comparativa o histórica seria”.

El 8 de noviembre, el diario británico The Guardian y el español El País, por citar un par, divulgaron la declaración firmada por 108 economistas titulada: “Los peligros del programa económico de Javier Milei en la Argentina”. No se equivocaron.

Cuando se refiere al verdadero poder, que “no es el Estado”, dice Forrester en El horror económico que “estas clases (o castas) jamás dejaron de actuar, suplantar, acechar. Tentadoras, dueñas de las seducciones, siempre fueron objeto de incitaciones. Sus privilegios siguen siendo objeto de las fantasías y los deseos de la mayoría, incluso los de aquellos que dicen sinceramente que los combaten”. Una descripción semejante a la que dieron los economistas el mes pasado sobre la élite y el objetivo que persigue Milei: “La visión económica que subyace a estas propuestas aboga supuestamente por una intervención mínima del gobierno en el mercado, pero en realidad se basa en gran medida en políticas estatales para proteger a los que ya son económicamente poderosos”.

El análisis de Forrester se completó tres años después con la publicación de Una extraña dictadura en la que señala cómo se gestó una política de vocación totalitaria que destruye la economía en beneficio de la especulación. Crítica de la globalización, dice que ideas como las de estos depredadores “marginan a sectores crecientes y al mismo tiempo conservan las formas democráticas”.

En La doctrina del shock, Klein aporta la definición de “capitalismo del desastre”. Aquella que pregona cómo detrás de una tragedia siempre hay una oportunidad. Y enumera ejemplos desde el golpe militar de Pinochet contra Salvador Allende con apoyo de EE.UU. hasta la destrucción de Nueva Orleáns por el Huracán Katrina en 2005. El libro de la canadiense fue llevado al cine documental en 2009 por los directores británicos Michael Winterbottom y Mat Whitecross.

A Von Hayek se le atribuye una frase distópica sobre aquel Chile de 1973: “Un dictador puede gobernar de manera liberal, así como una democracia gobierne sin el menor liberalismo. Mi preferencia personal es una dictadura liberal y no un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente”.

El ultraderechista empobrecedor que gobierna desde el domingo e insultaba al por mayor en campaña electoral firmó el acta de defunción del peso cuando lo llamó “excremento”. La moneda en que cobran sus ingresos millones de argentinos. Recibió acusaciones por practicar terrorismo económico y hasta el expresidente Alberto Fernández --en franca retirada mucho antes de cumplir su mandato-- lo denunció penalmente.

Hoy volvemos a vivir lo que es el horror económico, la doctrina del shock y una ya --no tan extraña-- dictadura del mercado regenteada por los mismos de siempre. Nostálgicos de los Chicago Boys, Margaret Thatcher, José Alfredo Martínez de Hoz, Carlos Menem y Domingo Cavallo, el integrante más notorio de la vieja casta endeudadora que tiene de imitador y discípulo al ministro Caputo.  

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