En la Primera Declaración de la Selva Lacandona, el 1° de enero de 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), dirigiéndose al pueblo de México, proclamó: “Hoy decimos ¡Basta!”. Se cumplen 30 años de ese levantamiento durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari en el estado de Chiapas, fronterizo con Guatemala, hoy transformado en la antesala de una “guerra civil”, como sostuvo el movimiento en un comunicado de mayo pasado. Las razones estructurales de su lucha no se modificaron. Siguen ahí, como continúan los tzeltales, tzotziles, choles, tojolabales, zoques y mames. Todos ellos integran la gran civilización maya en defensa de su hábitat y las vidas que caben en lo que llaman “un mundo donde entren otros mundos”.

El complejo y dinámico proceso de su constitución como fenómeno insurgente está simbolizado en esos pueblos originarios y su histórico líder, el enigmático subcomandante Marcos. El profesor de filosofía que usa pasamontañas y fuma en pipa nacido en 1957 y de una poética que el francés Régis Debray definió como la del “mejor escritor latinoamericano, el más libre, el más agudo…” en 1995.

No es casual que el EZLN haya irrumpido en la vida política mexicana en 1994, el año en que se constituyó formalmente en Miami el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) a instancias de Estados Unidos. La originalidad de la guerrilla zapatista – que había sido creada el 17 de noviembre de 1983 – fue que no se propuso tomar el poder, ni avanzar hasta el centro político del país en el Distrito Federal. Su experiencia podría sintetizarse en una palabra: la autonomía. En Chiapas se dio su propia organización en la declaración de los treinta Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (MAREZ) del ’94 y en agosto de 2003 con las Juntas de Buen Gobierno (JBG) y los llamados Caracoles, las regiones en que se distribuyeron sus comunidades.

Esa autorregulación parece una utopía en el sentido que le daba Eduardo Galeano a la palabra: “está en el horizonte. Camino dos pasos y ella se aleja dos pasos. Por mucho que camine nunca la alcanzaré”, decía el célebre uruguayo. Pero los zapatistas, persistentes, abrieron un sendero duradero para llegar hasta su objetivo. Aún acechados por enormes dificultades y la incredulidad o incomprensión que provocó su gesta. Tres décadas después de su insurrección, que se prolongó en combates por doce días con el ejército mexicano, su lucha no terminó. Solo cobró nuevas formas.

Ha sido tal la influencia mundial que tuvo desde su nacimiento que se escribieron investigaciones, ensayos, artículos y un libro que, en especial, instaló un ríspido debate sobre el zapatismo entre pensadores marxistas. Su autor es el académico irlandés John Holloway, y se llama Cambiar el mundo sin tomar el poder (2002). El mismo que sostiene que para lograr la premisa de su título “debemos partir desde el hacer”. Su experiencia y estudio del EZLN está basada en décadas de trabajo sobre el terreno. Vive en México hace más de treinta años.

Los zapatistas no volvieron a participar de la lucha armada desde el 12 de enero del ’94. Después de despertar mundialmente la conciencia de otros pueblos, siguieron autogobernándose con nuevas formas de gestión. En las vísperas de los festejos que están organizando por el trigésimo aniversario de su levantamiento, la violencia les tendió un cerco nuevamente. Pero ya no es la del ejército.

Proviene de los cárteles de la droga más poderosos del país: el de Sinaloa y el Jalisco Nueva Generación que se disputan los negocios de la trata de personas, armas y narcóticos en los territorios que limitan con Guatemala. Grupos de autodefensa y paramilitares completan el paisaje y el EZLN denunció el desgobierno que existe en Chiapas en septiembre pasado. Lo hizo a través de un comunicado: “Llamamos a la Europa de abajo y a la izquierda y a la sexta nacional e internacional a manifestarse frente a las embajadas y consulados de México, y en las Casas del Gobierno del Estado de Chiapas, para exigirles que se dejen ya de provocaciones. Es todo. Para otra ocasión ya no habrá comunicados sino hechos”.

Su líder dejó de ser el subcomandante Marcos. En 2014 dio un paso atrás en la conducción del movimiento. Delegó el mando en el subcomandante Moisés, un integrante del pueblo tojolabal. El mítico guerrillero pasó a llamarse Galeano, en homenaje a José Luis Solís, que llevaba ese apellido como alías y había sido asesinado. Pero en octubre del 2023 escribió otro comunicado – casi nunca dejó de ser el vocero o poético redactor del EZLN – donde informaba que su jerarquía militar había bajado a la de capitán insurgente. Como siempre, terminó firmando el texto: “Desde las montañas del Sureste Mexicano”.

Después de 1994 en que se produjo el levantamiento, nació el ALCA que quedó sepultado en Mar del Plata en 2005 y asesinaron al candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio, el zapatismo alternó entre el silencio de radio y apariciones esporádicas con fuertes golpes de efecto. En marzo de 1995 se aprobó la Ley para el diálogo, la conciliación y la paz digna en Chiapas, durante la presidencia de Ernesto Zedillo. El 16 de febrero del ‘96 se firmaron los Acuerdos de San Andrés sobre Derechos y Cultura Indígena.

En los años siguientes, el EZLN denunció que el gobierno había violado lo convenido y empezado a estimular a grupos paramilitares para operar en Chiapas, como sucede hasta hoy. Una nueva propuesta llegó desde el Distrito Federal en 1998, pero los pueblos originarios no la aceptaron. El diálogo se cortó y en 2001 se produjo la denominada Marcha del color de la Tierra o Caravana zapatista que llegó hasta la capital. Se reformó la Constitución, pero el movimiento chiapaneco desconoció lo que aprobó el Congreso. “Traiciona los Acuerdos de San Andrés en lo general y en lo particular”, denunció.

El EZLN le exigió al expresidente, Vicente Fox, el cumplimiento de los compromisos, la liberación de los zapatistas presos en todos los estados mexicanos y el retiro de puestos del ejército federal en Chiapas instalados desde 1994. Si las relaciones con los distintos presidentes, desde Salinas de Gortari a Enrique Peña Nieto (2012-2018) fueron a menudo conflictivas y de mutuo recelo, la llegada de Andrés Manuel López Obrador al gobierno suponía otra cosa por su pasado tan cercano como distante del EZLN.

La historia de este vínculo se agrietó definitivamente con el megaproyecto del tren Maya que penetra en territorios indígenas. AMLO ha comentado más de una vez que no tiene problemas con el zapatismo, pero nunca pensaron lo mismo en el movimiento. Ni cuando lo lideraba Marcos, ni ahora que está al frente Moisés. Los dos siempre fueron muy duros con el presidente cuyo mandato finaliza en 2024. Desde la dirección del EZLN lo han llamado “mañoso”, “tramposo” y “loco” porque – decían – no se puede estar al mismo tiempo con los pobres y los ricos. Marcos llegó a opinar de AMLO que era “el huevo de la serpiente” cuando gobernaba la capital de México.

López Obrador se ha defendido de los ataques recibidos: “Mucho antes que algunos dirigentes de esa organización llegaran a Chiapas ya nosotros trabajábamos, yo ya trabajaba en comunidades indígenas, ellos todavía estaban estudiando y ya nosotros estábamos en las comunidades, y llevamos años así. ¿Y cuándo hemos reprimido a alguien?”.

Quien conocía muy bien a los protagonistas de este desencuentro fue el filósofo Enrique Dussel, el mendocino nacionalizado mexicano que murió el 5 de noviembre pasado a los 88 años y dejó una vasta obra en la que se destaca su libro Filosofía de la Liberación. “No es el zapatismo quien lidera este proceso. Tampoco es López Obrador. Eso se va a ir haciendo lentamente. Hay a veces una cierta competencia para decir quién es el más verdadero. No hay ninguno verdadero en la política de manera absoluta. Hay procesos. Y no es relativismo sino realismo”, explicó en una entrevista hace unos años el exsecretario de Formación Política de Morena, la fuerza de gobierno de AMLO.

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