Sentada en el exterior de un bar de Palermo al que acaba de llegar en bicicleta, Marina Otero trae -no sin un dejo de tristeza- un refrán que aplica a este momento de la curva de su vida: "Nadie es profeta en su tierra". Hace casi dos años la coreógrafa y bailarina emigró a Madrid. En Buenos Aires se venía sintiendo "estancada" -contaba antes de partir a esta cronista-; y a pesar de su talento y creatividad, y de ser una figura destacada en el ambiente, poco valorada. Necesitaba probarse en otro lado, salir a conocer artistas, vivir nuevas experiencias. Le está yendo muy bien. Ahora se encuentra en Buenos Aires para el reestreno de Fuck me, una obra explosiva creada a partir de haber sufrido una hernia de disco y de haber pasado por una operación, cuatro internaciones y períodos de absoluto reposo.

"Quiero venir lo más que pueda. Quizá me organice para venir una vez por año para tener contacto con mis amigues, mi familia y el público", dice la bailarina de 39 años. "Me fui con cierta situación de privilegio, con trabajo, porque estaban saliendo giras. Pero emocionalmente fue muy difícil: fue casi volver a empezar, dejando todo. Las costumbres, amistades, familia. A nivel económico, gracias al fruto de la construcción que había hecho en Argentina, me fue muy bien. Acá vivía de la docencia. Allá no di clases. Si bien lo emocional cayó un poco, lo económico subió y se van compensando. Ya una alcanzará a la otra", resume sobre su presente. 

Entre los motivos de su salida del país, hubo una gota que rebalsó el vaso: una "censura" de parte de Jorge Telerman, sobre la que hoy la autora habla "sin miedo". El dirigía el CTBA cuando Fuck me iba a reestrenar en el San Martín, tras la pandemia. Otero incluyó en el texto una crítica a la modalidad de pago del gobierno porteño (bordereau, más un seguro mínimo en caso de cancelación), que comenzó a aplicarse para otras obras y generó debates entre los artistas. Alguien vio un ensayo, Telerman la citó, charlaron una hora y media. Él le pidió que retirara el fragmento en cuestión. Marina se opuso. No volvieron a convocarla. Ahí lo decidió: "Me voy", pensó.

"De golpe me abrían la puerta en varios países. Más allá de que ofrecían laburo -hay otras condiciones, claro-, hay algo del trato también. De todos modos, es medio cruel el mercado del arte: te ponés de moda, pero si no les gusta la siguiente obra, te mandan a cagar y no te contrata nadie nunca más", cuenta la directora, que también reconoce virtudes del teatro porteño, como las ganas de crear pese a la carencia, o el arrojo por sobre la estructura. Cosas que no encuentra allá.

Fuck me, Love me, Kill me

Fuck me (de 2020, estrenada en el Regio) es la tercera parte de "Recordar para vivir", proyecto que podría definirse como una obra sobre su vida hasta el día de su muerte. El texto y la dirección son suyos. La concibió, también, para bailar, pero no pudo ser así por la hernia. La experiencia trágica se volvió el tema del espectáculo y ella está en escena de otro modo, junto a siete intérpretes masculinos. Lo siguiente fue Love me (2022), con ella, de nuevo, haciendo lo que le sale tan bien. Descubriendo otro modo de bailar por fuera de la fisicalidad extrema. "La danza siempre me salvó pero también me lastima", dijo cuando estrenó este material.

Aplaudida por la crítica y el público en importantes festivales y escenarios internacionales, Fuck me realizará una escala en CABA (cuatro funciones, los martes de enero a las 20.30, en el Metropolitan, Corrientes 1343) para continuar en gira por Lisboa, París y Bruselas. Este año, en Europa, Otero estrenará nuevo material: Kill me

-¿Cómo estás ahora de salud?

-Por suerte muy bien. Fui y soy muy metódica. Me cuido mucho. Tengo que, de por vida, hacer ejercicios, fortalecer abdominales, dorsales... Al principio estaba más tranqui físicamente y ahora estoy cada vez haciendo más cosas. Tengo una vida ordenada para poder hacer físicamente. Ya tengo casi 40 años. Para vivir no es tanto pero para bailar... entreno cinco veces por semana, hago yoga, kinesiología, no tomo alcohol, trato de alimentarme bien, tomo vitaminas. Antes era un tiro al aire.

-¿Cambia lo que sale en el arte teniendo una vida más ordenada? Estamos acostumbrados a verte en el límite, en el borde...

-Obviamente me cuestioné un montón de cosas en este proceso. Pero hay algo tan roto adentro, que por más que tenga una vida súper metódica... Algo quebrado. Mi relación con el arte tiene que ver con eso. Adentro hay algo hecho mierda. Algo de lo emocional. De eso va a tratar Kill me, de la salud mental. Trabajo en la obra con diferentes trastornos de la personalidad, cada una (de las intérpretes) con sus diagnósticos. Yo tengo uno pero no lo voy a decir para no spoilearlo. Si bien el año que pasó atravesé momentos de crisis y dolor, conecté más con la tranquilidad. Empecé a tomar medicación. El dolor está, aunque menos exacerbado. Tengo con él una relación más cautelosa. Y sigue siendo el motor de la creación. Me interesa trabajar con temas que me atraviesan pero que son universales. El mundo está en ruinas en relación a la salud mental.

-¿Qué significa Fuck me en tu carrera?

-Tuvo que ver con la muerte de la juventud. La idea del cuerpo infinito y poderoso: todo eso se destruyó. Antes era muy kamikaze, no tomaba conciencia de lo que hacía. Hoy tomo mucha más conciencia tanto de mí como de la gente con la que trabajo. Apareció un cuerpo débil, roto, y ya no sexualizado. La obra tiene mucho que ver con la posibilidad de una bailarina a la que se le acaba la carrera porque se le acaba el cuerpo. Lo finito, algo que se termina y quiebra para siempre. Con la quietud, también. Lo paradójico es que la hice casi sin poder caminar, y terminó viajando por todos lados con un movimiento muy grande.

Fuck me. Foto: Matías Kedak.


La crisis y el deseo

Otero sintió mucha "impotencia" en la previa del balotaje no estando en su país natal. Cuando Javier Milei ganó las elecciones generales, estaba en un vuelo y se la pasó "llorando" todo el viaje. Llegó a Buenos Aires el 18 de diciembre. Se siente "triste" porque "hay cosas muy básicas que están en juego con este gobierno, como los derechos humanos".

-¿Y qué te genera el avasallamiento a la cultura propuesto por la ley ómnibus?

-En la cultura se activa el pensamiento crítico. Se intenta matarlo para manipular mejor, a través de las redes. Si no hay nada de plata es más difícil que los espacios independientes se sostengan y ahí es donde hay circulación de información, donde se crean obras y hay encuentros. Quisiera pensar que, de algún modo, como siempre sucedió en la Argentina, seguirá el teatro. Ante las situaciones de crisis se generaron nuevas maneras de crear. Lo que pasa acá en Buenos Aires en términos de público no pasa en ningún lugar del mundo. Lo mejor que puede pasar es que no se corte el deseo. Que la crisis provoque deseo y ganas de seguir expresando. En Europa no hay urgencia, no hay deseo. Acá hay las dos. Si el deseo se mata estamos en problemas.