Desde Londres    

La felicidad que Javier Milei promete para dentro de 15, 35 o 45 años, la prometieron en mucho menos tiempo los conservadores británicos cuando ganaron las elecciones de 2010. El camino era el mismo: achicamiento del gasto social, reducción del déficit, thatcherismo y encendida retórica. La felicidad vendría después del sacrificio.

En un discurso en marzo de 2013, después de casi tres años de durísima austeridad, el entonces primer ministro David Cameron seguía repitiendo su mantra electoral de que los sacrificios tendrían una recompensa. “Yo sé que estamos atravesando una dura realidad, que muchas familias no llegan a fin de mes, que muchos están cerca de la bancarrota. Pero hoy quiero decirles que tenemos un plan para superar estos problemas, que la economía crecerá y aumentará el empleo de calidad. Vamos a respaldar las aspiraciones de aquellos decididos a trabajar para progresar en la vida”, dijo Cameron en versión libre y antecedente de la “gente de bien” (los “decididos a trabajar”, no los vagos).

Unos diez años y cuatro primer ministros más tarde (Theresa May, Boris Johnson, Liz Truss y ahora Rishi Sunak), el Reino Unido está paralizado por huelgas, sufre una fuerte caída de su nivel de vida y poder adquisitivo y, después de que los sucesivos ocupantes de 10 Downing Street anunciaran que se venía el fin de la austeridad, continúa ajustando el gasto. ¿Y el Nirvana post-sacrificial? Te lo debo, my dear friend.

En una entrevista con intenso aroma pre-electoral este domingo, Sunak adelantó la misma estrategia de sus cuatro predecesores diciendo que reduciría el gasto público y la ayuda social para financiar una reducción impositiva. “Mi prioridad es reducir impuestos. Tendremos que hacerlo con responsabilidad porque eso significa tomar difíciles decisiones en cuanto al gasto público y el control del gasto social”, dijo Sunak al ultraconservador Sunday Telegraph.

Tanto ajuste tiene un precio político, económico y social.

La resistencia

Después de dormir la larga siesta que siguió a la derrota en los 80 a manos del Thatcherismo, ha renacido la resistencia sindical a los ajustes y la creciente desigualdad. Dos medidas de fuerza en este 2024 ilustran este retorno a la combatividad de los 70.

El miércoles pasado los médicos residentes de Inglaterra comenzaron una huelga que terminará el próximo martes rechazando el aumento salarial del 8,5% y pidiendo uno de 35% que los compensa por todo el ingreso rezagado o congelado desde 2010. Los médicos residentes ganan 15 libras por hora, equivalente a lo que cobra una empleada de casas particulares. El paro de seis días consecutivos es el más largo de la historia del Servicio Nacional de Salud (NHS).

El sábado por la noche comenzó una huelga de dos días de conductores de subterráneos en la capital inglesa que se extenderá de forma escalonada en otros sectores del servicio toda la semana. El “London for Transport” advirtió que no habrá prácticamente servicios hasta el viernes por la mañana. Un 90 % de los trabajadores rechazaron en una elección interna sindical en diciembre la oferta de aumento del cinco por ciento del gobierno porque no cubre la pérdida de poder adquisitivo de la austeridad, en especial desde la pandemia y la espiral inflacionaria de la guerra en Ucrania.

El impacto social y en los servicios

El resultado en el NHS es que se cancelaron más de 200 mil citas médicas y más de 300 mil operaciones. Esto en lo inmediato porque el director del Servicio Nacional de Salud de Inglaterra Stephen Powis advirtió que el impacto de esta medida se extenderá a las próximas semanas y meses.

La promesa que hizo hace un año Sunak de bajar la lista de espera del NHS está en el tacho de basura. En enero de 2023 había 7,2 millones de pacientes: hoy son 7,8 millones.

En el transporte el impacto es menos angustiante, pero más exasperante e inmediato. Este domingo los hinchas de Arsenal y Liverpool tuvieron que hacer odiseas para llegar al estadio en el que se disputaba el partido por la FA cup. Y la semana laboral ni siquiera ha comenzado para los que dependen del subte para desplazarse a sus trabajos.

El descontento no se reduce a estos dos sectores. Desde la guerra en Ucrania está claro que todo el sector público sobrevive en la cornisa paralizado por medidas de fuerza de enfermeras, médicos, personal ferroviario y un largo etcétera. Las huelgas se han extendido al sector privado, entre ellos feudos de la ultra-flexibilización como Amazon. Las encuestas reflejan el descontento con el gobierno desde hace más de un año. Los laboristas le llevan 19 puntos a los conservadores, la misma ventaja que tenía en los 90 Tony Blair sobre el entonces primer ministro Tory John Major antes de ganar las elecciones e inaugurar el más largo período de gobiernos laboristas (1997-2010)

El impacto económico

Si se excluye a los multimillonarios y muy adinerados, el resto de la sociedad viene bajando un escalón cada año.

En una nota a fines de diciembre, el semanario conservador The economist hacía notar los cambios de consumo de los británicos debido a esta caída del poder adquisitivo. Según la Oficina de Responsabilidad Fiscal, el ingreso disponible de los hogares (el que queda después de impuestos para destinar al ahorro o consumo) estará un 3,5% por debajo de la prepandemia a fines de este año, la caída más grande desde la posguerra. Esto ha hecho que un número creciente de británicos clase medieros se olviden de prejuicios y esnobismo y hagan sus compras en los supermercados de descuentos como Aldi y Lidl.

Los Bancos de Comida, sostenidos por donaciones, están a la orden del día. En el último año más de tres millones de personas (población total 67 millones) usaron estos bancos, un aumento de casi un millón respecto al año anterior. En el más importante de estos bancos de alimentos, el Trussell Trust, hacen notar que sus clientes no son únicamente los destituidos sino trabajadores que no llegan a fin de mes como enfermeras o administrativos.

Y siempre se puede bajar un escalón más en este barril social sin fondo. Una de las noticias de la pasada navidad fue que se había elevado el número de sin techo desde 271.421 personas a 309.550. Ante la inminente publicación de estas cifras la entonces ministra del interior Suella Braverman había dicho que vivir en la calle era “una opción de vida”, una “individual choice”.

El impacto político

Con este trasfondo, Keir Starmer, líder de laborismo al que todos dan por ganador, hace la plancha. Starmer maneja una retórica blanda, vagamente progresista si se la compara con los Orcos Conservadores, pero muy raramente sazonada con alguna medida política concreta, mucho menos si tiene perfume a reforma o redistribución.

En caso de que efectivamente gane y tenga mayoría parlamentaria, tendrá que hacer algo diferente, le advierten desde la izquierda partidaria. “El Reino Unido necesita cambio. Si Starmer decepciona va a dejar un vacío que le va a allanar el camino a la ultraderecha”, le advirtió John McDonnell, exministro de Economía en la sombra de Jeremy Corbyn. El ascenso en 2023 del alma mater del Brexit, el ultraderechista Nigel Farrage es un indicador: hoy ya tiene un 9% de la intención de voto.

Pero para el próximo gobierno falta. Por el momento el que tiene un enorme dolor de cabeza es Rishi Sunak que probablemente se esté preguntando para qué se dedicó a la política en vez de continuar con sus labores de financista y la renta eterna que le proporciona su esposa, la multimillonaria india Akshata Narayana Murty.

Entre los conservadores ni siquiera se ponen de acuerdo sobre la fecha de las elecciones. Es tradicional que el gobierno las adelante o retrase hasta último minuto según soplen los vientos políticos, pero con la situación reinante, ¿qué conviene? La esperanza es que con el descenso a la mitad de la inflación se inicie un círculo virtuoso que permita cumplir la promesa que hizo Sunak este domingo en sus declaraciones al Sunday Telegraph. Pero el viernes el ministro de finanzas Jeremy Hunt dijo que no estaba claro si las cuentas públicas daban para bajar impuestos.

Las declaraciones de Hunt fueron dos días después de que su jefe, Sunak, intentara matar la especulación sobre una elección en mayo diciendo que los comicios serían “con toda seguridad” en el otoño. En los medios hay un consenso de que la fecha más probable es el 14 de noviembre, es decir, unos días después de las de Estados Unidos en las que presumiblemente se presentará Donald Trump como candidato.

En ese caso tendremos a fin de año un doble manjar anglosajón. Por un lado ¿Trump? y los republicanos, eternos aliados de los conservadores británicos: por el otro, ¿Biden? y los laboristas. Aunque a usted le cueste creerlo, es posible que tengamos un movido 2024, ¿no le parece?