Uno de los más ilustres anglófilos de la historia mundial es Jorge Luis Borges. Con todos sus horrores, la hoy tan debatida patria oligárquica que fundó Julio Argentino Roca con la conquista del desierto produjo figuras de mérito internacional, pitucos ilustrados dispuestos a debatir sin complejos con cualquier habitante del planeta, desde Bernardo Houssay a Borges. Los años no pasan en vano. Nuestro actual ejemplo de anglofilia en lo político es Javier Milei, que ni por respeto a los caídos en Malvinas pudo ocultar su adoración por Margaret Thatcher, “una de las grandes líderes de la historia de la humanidad”. Sorprende que un personaje tan inclinado a la hipérbole no invocara en su discurso inaugural al más célebre británico del siglo XX, Winston Churchill, y su famoso llamado al sacrificio en la segunda guerra mundial: “solo puedo ofrecerles sangre, trabajo, lágrimas y sudor” (“blood, toil, tears and sweat”). Con su pintura apocalíptica de la situación nacional, la frase le venía como anillo al dedo. Si no fue el simple olvido, conjeturo que se debió a incluir la palabra “sangre” en una sociedad con 30 mil desaparecidos, una larguísima historia de resistencia y una ministra de seguridad como Patricia Bullrich que no necesita citas históricas para desbocarse.

La más notoria ausencia en este panteón conservador británico es Liz “la breve” Truss, que el libertario no citó a pesar de que encaja mucho más con sus ideales anarco-capitalistas que la “Dama de hierro”. Desde 2011, Truss y una pequeña banda de escasamente conocidos políticos y think tanks se propusieron extender el legado de Thatcher hasta las orillas del libertarismo. Les tomó cuatro elecciones generales y el Brexit para alcanzar el sueño explicitado en “Britannia Unchained”, el panfleto que publicó Truss con sus compañeros de secta en 2013, todos entonces marginales políticos que se convertirían en futuros ministros conservadores. En "Britannia unchained" (Britania desencadenada) Truss prometía un paraíso de impuestos bajísimos, drásticos cortes del gasto público, privatización de servicios y desregulación de los mercados.

Con este programa reemplazó en septiembre de 2022 a Boris Johnson, hundido bajo una gigantesca masa de escándalos de corrupción, fiestas durante el confinamiento y ese pecado mortal del parlamentarismo británico que es mentir a la Cámara de los Comunes. El minipresupuesto que presentó a dos semanas de su asunción su ministro de finanzas Kwasi Kwarteng, coautor de “Britannia unchained”, incluyó 32 mil millones de libras de reducción impositiva a los más ricos y las corporaciones junto a un subsidio a la energía por el impacto inflacionario de la guerra en Ucrania. En días, la libra se desplomó, el sistema de pensiones quedó al borde de la quiebra, huyeron los inversores y Truss se vio obligada a dar marcha atrás y reemplazar a Kwarteng con un neoliberal ortodoxo.

Entre los think tanks que habían apoyado el proyecto de Truss está el liberal-libertario Institute for Economic Affairs (IEA). El fundador de IEA fue el inglés Anthony Fisher, quien en 1981 creó una organización internacional, Atlas Network, para estimular la creación global de organizaciones afines. Entre los socios argentinos de Atlas Network se encuentran los think tanks que apoyaron a Milei: la Fundación Federalismo y Libertad, el Instituto Libertad y Progreso y la Fundación Libre. Entre sus miembros está el mentor del libertario, Alberto Benegas Lynch, quien asesora a otros países de la región como Uruguay y Guatemala. El programa económico de Atlas Network no distingue naciones pobres, desarrolladas, con o sin recursos energéticos. Es siempre el mismo: reducción del gasto fiscal y social, desregulación, disminución impositiva para corporaciones y multimillonarios.

Atlas Network es impermeable al fracaso. El actual director de IEA, Mark Littlewood, lamentó la partida de Truss, pero dijo que se debía a “errores de implementación política” y no a la receta. El fracaso de Truss impidió su ingreso al Olimpo libertario de Milei a pesar de que coincidía con sus ideas no solo económico-sociales sino represivas. La legislación antisindical de Thatcher en los 80, que inspira hoy a nuestro presidente, ha virado en el Reino Unido a una persecución racista inmigratoria con larga tradición partidaria.

El primer ministro Winston Churchill, ídolo de Thatcher, apoyó con entusiasmo el ascenso de Benito Mussolini al poder y elogió antes de la guerra, en 1935, “el coraje, la perseverancia y vitalidad” de Adolf Hitler para “derribar los obstáculos en su camino”. En 1910, como ministro del interior del Partido Liberal, Churchill había propuesto la esterilización de más de 100 mil personas (locos, delincuentes, desempleados, prostitutas, indigentes). Churchill creía que esta masa de “débiles mentales, degenerados morales ponían en peligro la superioridad de la raza blanca y británica” porque se reproducían a mayor velocidad que las clases civilizadas, es decir, que “la gente de bien” de la época. Hacia fines del siglo XX,  Margaret "Maggie" Thatcher consiguió prolongar unos cuantos años el apartheid en Sudáfrica con su apoyo al régimen racista.

En esta anglofilia del libertario hay una clarísima excepción: John Maynard Keynes. El economista inglés revolucionó el pensamiento político tras el estallido financiero de 1929 y fue la base del “New Deal” de Franklin D. Roosvelt que rescató a Estados Unidos de los estragos del “laissez-faire” en los años 20. Aún a principios de los 60 un presidente republicano, Richard Nixon, declaraba que, en cuestiones económicas, “hoy todos somos keynesianos”.

Con su inclinación al insulto, Milei ha calificado a Keynes de “delincuente”, “resentido” y “basura” y se puso como una fiera cuando una periodista le preguntó por qué sus recetas habían tenido éxito en Estados Unidos. El economista inglés era un pragmático con frases que se hicieron célebres. En un ensayo en 1924 argumentó que uno de los principales errores en economía era la rigidez ideológica frente a los hechos, algo que con el tiempo se simplificó en esta cita: “when the facts change, I change my mind. What do you do, Sir?” (Cuando los hechos cambian, cambio mis ideas. ¿Usted qué hace?)

Un año antes, en otro texto, había descartado la apelación al largo plazo para justificar una política económica con una frase contundente: “en el largo plazo estamos todos muertos”. Según el día, Milei contesta que dos terceras partes de su plan darán frutos en 15 años o que habrá que esperar 35 o 45 para que el país se transforme en Irlanda, aparentemente una potencia. A los pibes que lo votaron, el éxtasis les puede llegar con la jubilación, si todavía existe en ese momento este servicio social.

Un elemento básico que ignora Milei con estas predicciones temporales es que la historia existe y mueve constantemente sus piezas. Margaret Thatcher duró 11 años antes de que el descontento generalizado obligara a su propio partido a echarla. Con Liz “la breve” Truss, la euforia libertaria duró 45 días. Como van las cosas, da la impresión que el presidente se va a parecer más a Liz que a Maggie. Esperemos que el país que deje no se hunda como el Titanic en el océano.