Hay gente que no necesita nombre o apellido. Que se mueve por la vida con un apodo, quizá lo más parecido a un sonido entre las opciones que permite el lenguaje. Uno de esos es el Tula, quien murió este miércoles llevándose consigo el ritmo del bombo más famoso de la historia del fútbol argentino y la mirada llena de recuerdos. El Tula era en realidad Carlos Pascual, pero antes que todo fue un soñador, al que un cáncer de pulmón le arrebató la vida a sus 83 años. Fue también un cumplidor de sueños: "Soy pobre, pero viajé por todo el mundo", recordaba siempre. Y era verdad: de la mano de su percusión a sangre se hizo el hincha más popular y recorrió canchas de todo el planeta.

Si la primera cancha fue la de Rosario Central, el primer sueño, antes de imaginarse viajando por el mundo detrás de una camiseta argentina, fue conocer a Juan Domingo Perón y darle un bombo suyo. "Yo invitaba a firmar el bombo que le daría a Perón a cambio de una ayuda económica. Con lo que recaudé me fui a España –recordaba el Tula en una entrevista cedida al diario rosarino La Capital–. Viajé en barco, en tercera, con el bombo repleto de firmas de hinchas de Central, jugadores, sindicalistas, comerciantes; llegué a la casa, golpeé la puerta y me estaban esperando Perón y Rucci. Se me aflojaron las piernas. Rucci le explicó a Perón que yo era hincha de Central y peronista. Fue un año increíble: conocí a Perón y salimos campeones". Y fue cierto: ese año Central se coronó campeón del Nacional '71, el tan recordado título de la palomita de Aldo Pedro Poy en el clásico rosarino de semifinal. Un dato que después recordaría el Tula sobre aquel encuentro en Madrid fue que se produjo un 17 de octubre, Día de la Lealtad Peronista. Ese día, en el exilio, Perón le regaló el que sería su icónico bombo, ese que conocen literalmente en todo el mundo.

Matías Borre, nieto del Tula, explicó las razones de su abuelo para hacer aquel primer viaje, el iniciático de un trotamundos que luego procuró seguir a la Selección de fútbol a todos lados. "De chiquito mi abuelo siguió a Perón y Eva Duarte –contó Borre en el documental 'La vida por la camiseta' de la CNN–. Ese fanatismo que él tenía era un poco porque Evita le regaló su primera bicicleta, quizás la única bicicleta que tuvo en su vida. Y fue por eso que a partir de ahí su objetivo fue conocerlo a Perón y regalarle un bombo".

Más allá de aquella devoción, el primer amor del Tula con el bombo nació en una cancha de fútbol. Fue en la de Central, club que adoraba su padre y pasión que le legó. Vivían a tres cuadras del estadio y, en una jornada de partido, el encargado del bombo en la hinchada no apareció y el Tula se animó a ofrecerse para que la música volviera a sonar. Desde aquel entonces, la música del fútbol argentino empezó a sonar bajo sus sentidos. Y desde 1974, el primer mundial que cubrió, la Selección Argentina sonó al compás de sus manos contra cuero, plástico o el material que rozara sus palmas. Viajó a 13 mundiales. Lució la camiseta argentina siempre y su propio carisma –el Tula era vendedor ambulante– hizo que lo ayudaran a quedarse en cada país que visitó con sueños de alentar a Argentina. Su bombo celebró los tres trofeos que guardan las vitrinas de la calle Viamonte, sede de la AFA. El "Kun" Agüero le pidió el épico instrumento para agitar la fiesta en plena gloria en el césped de Qatar. Y si alguien no lo conocía aún, le dieron el premio The Best en 2022 en representación a la mejor hinchada del mundo: la argentina. "Era igual que recibir un Oscar, y yo un negrito de la villa, de abajo, recibiéndolo con todos los honores y entre los más grandes del mundo", recordó delante de la cámara para el mencionado documental que retrató su vida.

Para el Tula, el fútbol es el único lugar de la Argentina donde la traición no es posible. "Un hincha de Boca no se va a hacer de River y uno de Central no se va a hacer de Newell's", decía. Sus palabras suenan a verdad, pero lo más verdadero que dejó El Tula fue el sonido de su mano golpeando un bombo y dándole música al fútbol de toda una nación.