Esta historia todavía no había sido contada. Un adolescente vive los años del terrorismo de Estado caminando por la ciudad en estado de sitio con un morral lleno de cuadernos espiralados donde escribe sus poemas. Los lleva a cuestas a todas partes, como si ellos fueran a estar más seguros con él en la calle que en casa. Un día los deja y los pierde, no dice cómo. ¿Alguien trató de salvarlo a él de los cuadernos que lo venían salvando? Pese al insensato sacrificio, no se salva. Es capturado, es atormentado, pero sobrevive. Lleva cicatrices en el cuerpo y en el alma. Sueña y sueña con esos cuadernos perdidos, cuyas palabras guardaban una potencia que encriptó la clave de su ser. Se vuelve un hombre herido, un ser que contempla; un nostálgico de sí, de quien fue y de quien hubiera sido.

Esta es la historia de muchos chicos y muchas chicas argentinas: los daños colaterales, las huellas de dolor mudo. Esta historia es una nota garrapateada en los márgenes de las diversas historias oficiales que sucesivos gobiernos intentaron escribir, reescribir o borrar. Los cuadernos perdidos son imborrables. Lo son por inaccesibles. Como dice Charly, en un momento metafísico tanguero del rock: "infinita como el bajo que perdí".

Años y años le llevó a Juan Aguzzi -porque esta es su historia- reescribir sus cuadernos perdidos. O mejor dicho: escribir otros, crear poesía nueva ante la derrota anticipada de una reescritura imposible. Tanto el poemario perdido como las experiencias iniciáticas que le dieron forma, y tanto el dolor infligido por los criminales de la dictadura como el silencio que lo envuelve en la memoria, constituyen el Mar de fondo al que tal vez aluda el título de este primer libro de poemas. Aguzzi narra en imágenes, como el cine que lo fascina desde siempre. Fue el crítico de cine más precoz que tuvo esta ciudad y es uno de esos periodistas culturales que ya no vienen más: su erudición, su sensibilidad y su pluma se articulan en notas exquisitas. Medios como el diario El Ciudadano o la revista Barullo llevan el rastro de su escritura. Pero la poesía seguía siendo su fervor secreto...

Hasta que la editorial Último Recurso, en una bella edición maquetada por José Coronel, cuidado diseño de tapa por Lucas Mililli y el estudio Metonimia Diseño, y con una foto de solapa por Nicolás Bravo que capta la melancolía de los poemas y el "mar" del título (y una foto de tapa que funciona en relación con ese mar y con el largo andar del libro) le publicó Mar de fondo. Se presenta el viernes a las 19, en El Trocadero (Santiago 989). Lo presentarán el escritor y periodista Pablo Bilsky y el autor. Se proyectará un video creado para la ocasión por Gustavo Galuppo, realizador y crítico cinematográfico que compartió con Aguzzi las páginas de la revista El Eclipse, allá a finales del siglo pasado.

Juan Aguzzi es periodista cultural, editor, crítico y escribe en medios y libros sobre literatura, cine y música. Es coautor de La Rosa Trovarina (una historia de la Trova Rosarina). Fue integrante del colectivo cultural de intervenciones artísticas Cucaño y cofundador de la revista de cine El Eclipse. Fue secretario de Capacitación y Cultura en el Sindicato de Prensa Rosario. Trabaja en el diario El Ciudadano desde hace 25 años. Allí fue editor de Espectáculos y Cultura, y en la actualidad coordina una página de cultura.

Estructurado en nueve secciones ("Asombros", "Borrascas", "Tránsitos", "Intersticios", "Temblores", "Cuesta abajo", "Desmalezar", "Las pestes" y "Coda"), encabezada cada cual por un epígrafe que da cuenta de un mapa de lecturas, el libro traza un recorrido "casi confesional" que va desde la infancia al presente y en el trayecto testimonia el horror ("en la medida que pude condensé y filtré parte de ese terror", comenta el poeta) pero también la nostalgia de la juventud, el amor y su pérdida, la lucha por recobrar el deseo, y un hilo colectivo: los ideales sociales y políticos, hoy más vigentes que nunca.

Son poemas que narran historias en imágenes, e imágenes que transmiten emociones inefables. La escena central del poema "El muelle" trae, como un flashback, lo perdido: "y miraba mis pies polvorientos/ porque habíamos caminado mucho/ intentando imaginar el futuro/ pensando que esas palabras / estaban cosidas/ a nuestra piel [...] todavía aquellas palabras/ cosquillean en mis venas". No solo se perdieron cuadernos e inocencia, sino aquel futuro que su generación esperanzada soñó mirando al luminoso abismo infinito de lo posible. Este presente "cuesta abajo" también tiene su fotograma.

 Del pasado vienen "Los andantes", vagabundos o fugitivos de tren que asan camotes en la intemperie nocturna y "parecen esculpidos por el fuego". La ciudad de Aguzzi es una ciudad caminada, que calienta los pies del caminante. Los poemas captan el fogonazo inasible de una "luminosidad salvaje / puesta a andar en la infancia" ("Acto de ver"). El acto de escritura pone a Aguzzi en un rodaje hacia dentro, lo pausa para un despliegue en busca de la verdad más íntima: no la de los hechos objetivos, sino la del aura que los actualiza y los irradia a través del tiempo. Resultan atemporales sus retratos de seres humillados pero dignos, como aquella "Otra clase de hija", descrita en un gran poema.