Hace diez años el investigador y actor Alejandro Ojeda se propuso un monumental proyecto: relevar la historia de los estudios cinematográficos argentinos que produjeron nuestro cine nacional, desde sus orígenes artesanales a principios del 1900 hasta su ocaso industrial en los setenta. “Desde chico me atrapan las películas del cine argentino del periodo clásico y siempre me preguntaba dónde se habían hecho”, cuenta Ojeda, que comenzó a recorrer la ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense buscando entre las fachadas modificadas y los galpones en ruinas los ecos de una industria que cautivó a millones.

“Comencé en Capital Federal. De a poco, me fui encontrando con gente que había laburado en esos lugares. Llegaba a una dirección y me empezaban a contar historias. Me di cuenta que en el conurbano, sobre todo en Zona Norte, era donde se habían instalado los estudios más grandes, las “majors” dirían los americanos. Así, el proyecto comenzó a crecer y decidí bajar eso a la escritura. Me metí en los archivos, hice entrevistas y empecé a encontrar cada vez más información. Al punto de que empecé a preguntarme por qué nadie lo había hecho antes”, dice el investigador que recientemente publicó “Aquí se hizo la magia”, el libro editado por la “Sociedad por el Patrimonio Audiovisual” que reúne su última década de trabajo dedicada a la historia de la industria del cine nacional.

Cada una de las entradas que presenta “Aquí se hizo la magia” comienza con una pequeña ficha con la información principal de un estudio cinematográfico: sus fundadores, su dirección y la descripción del estado actual del edificio, que en la mayoría de los casos guardan solo huellas de su pasado. Luego, el libro reconstruye cada historia sin jerarquizar entre los grandes estudios y los pequeños proyectos de algunos soñadores, estableciendo diálogos entre su actualidad transformada y su pasado cinematográfico.

Solo en la provincia de Buenos Aires, “Aquí se hizo la magia” ilumina decenas de nombres. Junto a los conocidos Lumiton, Argentina Sono Film, Mapol, Pampa Film o San Miguel, aparecen los Iguazú Film de Lomas de Zamora, los Oeste Film de Chivilcoy, los Albor de Quilmes o los Lumenfilm de San Isidro, entre muchos otros. En diálogo con Buenos Aires/12, su autor habla sobre el proceso de realización del libro y la historia de estos estudios que formaron parte de la vida industrial y cultural de la provincia.

- ¿Por qué muchos de los grandes estudios cinematográficos se instalaron en la Zona Norte del conurbano bonaerense?

- Los primeros grandes estudios se hicieron como una copia de los estudios de Hollywood o los estudios de París. No solamente se copió el diseño arquitectónico, sino también la idea de alejarse de las grandes ciudades. A principios de los treinta, el cine sonoro era algo que se estaba descubriendo, se estaba aprendiendo sobre la marcha, y se necesitaban lugares alejados de los ruidos para que las grabaciones tuvieran buena calidad. Cuando Lumiton se instaló en Munro, por ejemplo, la zona era de quintas, pero había una carpintería a unas cuadras. La sensibilidad al ruido era tal que se cuenta que los empresarios le pagaban el día al carpintero para que no trabajara mientras ellos filmaban. Hoy, la zona de Martinez, San Isidro o Munro son ciudades muy pobladas, pero en los treinta era la posibilidad de estar cerca de la ciudad, pero alejados de los sonidos. Además, los terrenos eran mucho más baratos. Eso cuenta la historia de los Mentasti, que fueron comprando los terrenos de a poco cuando vieron que se construía el hipódromo de San Isidro.

- Tu libro reconstruye la historia de otros estudios en Zona Sur y Oeste que a diferencia de los estudios en Zona Norte no lograron prosperar. ¿A qué creés que se debió este contraste?

- Los proyectos en Zona Sur y Oeste tendieron a ser más chicos. Los primeros estudios de cine fueron financiados por empresarios privados. Estamos hablando de un momento en que el Estado no apoyaba tan directamente a la industria audiovisual. Seguramente muchos de estos empresarios también tenían su casa quinta por Zona Norte.

- ¿En esa época comienza a construirse el imaginario de que Zona Norte era el “Hollywood argentino”?

- Ese discurso empieza a aparecer en las publicaciones especializadas de cine. Por ejemplo en las publicaciones de Cine Argentino, que era una revista un poco más farandulera dedicada al cine, se empieza a nombrar a toda la Zona Norte como el “Hollywood argentino”, sobre todo a partir de la construcción de los estudios de la Argentina Sono Film en San Isidro, de los estudios Mapol en Martinez, los estudios Pampa Film que estaban ahí también muy cerca y la intención de nuevos empresarios que anunciaban sus proyectos. Incluso cerca de Lumiton, comenzó a circular la idea de que la productora de Artistas Argentinos Asociados iba a construir sus estudios. Algo que nunca sucedió. Era una época muy floreciente para la industria. Los empresarios construían los estudios de cero. Hacían traer infraestructura, compraban los elementos técnicos. Invertían mucho capital y se la jugaban por el negocio.

- Frente a este relato, ¿cómo se explica el proyecto de la ciudad cinematográfica “Ciudad Gaucha” en Moreno?

- La Ciudad Gaucha fue parte de un cuento. Los empresarios tenían una productora que se llama Imágenes Argentina que había empezado a firmar una especie de noticieros y documentales. Ellos formaron un directorio y se propusieron el negocio de buscar inversionistas, personas que pudieran invertir en el terreno. Una especie de accionistas. Me parece que en un momento empezaron a ver que con este sistema de inversionistas no lograban sostenerlo y empezaron a vender humo. Decían que ahí iban a ir a vivir los actores, las estrellas, mostraron planos, hicieron una presentación enorme. Finalmente, esos terrenos se terminaron vendiendo en la década del noventa. El proyecto habla de una época donde la industria, además de ser un negocio, formaba parte de un imaginario totalmente aspiracional. Todos querían pertenecer de alguna forma a la industria del cine.

- El libro también da cuenta del patrimonio oculto, privado, al que no pudiste acceder. ¿Por qué?

- Hay lugares que guardan parte de la historia del cine y eso está oculto, oculto para la gente y para los investigadores. ¿Qué me pasa con eso? Me da mucha pena y bronca, porque siento que hay una historia incompleta. Hablamos tanto de recuperar la memoria y termina pasando lo mismo que con algunos coleccionistas privados, que por tener una copia de una película sienten que eso les da poder. Y eso te da poder en la medida en que se pueda difundir. A esto se le suma el patrimonio perdido. Hace poco volví a ver el listado del remate que se hizo en los Estudios San Miguel de Bella Vista. Remataron y vendieron todo, desde las tacitas hasta los carruajes. Lo mismo pasó con Lumiton: se puede seguir un poco el recorrido de las películas, pero de las escenografías, los objetos, los vestuarios, no sabemos nada. Y así con todo. Son empresas que quebraron, se cerraron y todo se perdió. Algo en lo que se hizo hincapié en la presentación del libro fue que en este momento del cine, de la cultura, es todavía más necesario recuperar eso: quiénes fuimos, de dónde venimos, para ver a dónde queremos ir.

- Además de los grandes estudios, tu libro da lugar a los pequeños proyectos, como por ejemplo los estudios “Lumenfilm” dirigidos por un radiólogo que hacía documentales científicos y que posteriormente fueron transformados en cine porno. ¿Cómo llegaste a estas historias?

- Esto me fue apareciendo a partir de una publicación del Heraldo de Cinematografista, una publicación para la industria que en un número daba un listado de los estudios y de las productoras en el año 38. Ahí estaban los nombres con las direcciones de muchos estudios. A partir de ahí, fue hacer un trabajo de arqueología. Sobre el estudio de San Isidro, de estos doctores que eran radiólogos, fue buscar el apellido de la familia y llamar por teléfono. Hubo un montón de pequeños empresarios que no llegaron a montar un estudio de 6 hectáreas, pero que tuvieron su pequeña habitación acondicionada donde filmaron sus películas. Fue maravilloso poder hacer el trabajo de recuperar esa historia. Me pasó con algunos actores y actrices que los llamé por el nombre que usaban, el nombre de fantasía, y se me ponían a llorar al teléfono porque me decían que hace más de cincuenta años nadie los llamaba por ese nombre… o que estaban esperando el llamado porque a su familia ya no le interesaba vincularse con esa historia. Para mí, como investigador, es muy importante darle nombre a esas historias.

- En esta necesidad de poner nombres, el libro también da lugar a toda una serie de “estudios fantasma”, tan pequeños que es difícil de determinar si existieron.

- Sí, esto también tiene que ver con la necesidad que generaba el cine de pertenecer a ese mundo. En esa época, muchos empresarios anunciaban que iban a montar un estudio y después el proyecto no prosperaba. En Lomas de Zamora, por ejemplo, hay uno de estos estudios fantasmas donde todavía mucha gente del barrio me dice: acá filmó Tita Merello, acá filmó Sandrini, mi abuelo me contaba que vio… Y en realidad nunca se llegó a filmar ni una sola película en ese lugar. Esto te habla de la fantasía que despertaba, y sigue despertando, el mundo del cine. De ahí viene el título del libro “Aquí se hizo la magia”.