Hay cosas que cuestan, por estas pampas. Una, se sabe, es terminar una autopista, evento que nos toma más años que un programa espacial. Otra, parece, es hacer censos: en dos siglos largos de vida independiente hicimos apenas diez, y sólo seis en algo así como los diez años que marca la ley, el último en 2021.

Los censos más modernos muestran un crecimiento más natural que otra cosa en una Argentina que tiene un muy estable cinco por ciento de extranjeros viviendo entre nosotros, muy por abajo del nivel histórico. Pero los primeros censos impresionan porque muestran que este territorio que luego fue Argentina estaba prácticamente vacío.

En 1776, cuando se funda el Virreynato del Río de la Plata, los españoles mandan a hacer un conteo, que para censo no daba. El estimado era que, todo concepto, vivían por acá 186.000 personas. El territorio era mucho más chico que el que estamos acostumbrados a ver mentalmente, porque el Virreynato terminaba en una línea que iba de la ciudad de Mendoza a la de San Luis, de ahí al fortín del Río Cuarto y luego a hundirse al sur más o menos a la altura del río Salado. Para el sur, se estaba en territorio de las Primeras Naciones, lo mismo que en lo que hoy es Chaco, Formosa y el oriente salteño.

El primer censo lo manda hacer, cuándo no, Sarmiento en 1869, con un toque muy de él: se contaba sólo a los "civilizados". Nuevamente, no aparecen ni el Chaco ni la Patagonia, excepto por la manchita de las colonias galesas. En esa época éramos 1.877.490, sin mayores distinciones entre gringos y criollos, que vivíamos en 262.433 "casas". Eramos pocos, pero vivíamos apilados con un promedio de casi pcho personas por vivienda. Los indios aparecen "estimados" en 93.000, los argentinos que viven en el exterior en 41.000.

El más sorprendente es el de 1895, ordenado por el ahora olvidado José Evaristo Uriburu, un presidente-corcho de la Concertación roquista. La población se más que duplicó a 4.044.911 que seguían viviendo apilados en 536.034 casas, ya prácticamente ocho personas por vivienda. Esta vez el mapa ya era casi exactamente el de ahora, pero a los indios nuevamente no los censaron sino que los "estimaron" en apenas treinta mil. Este desplome poblacional da una idea de las consecuencias de las campañas de 1878 y 1879.

Una tabla en el extenso libro que recogió este censo muestra que Argentina creció un 121 por ciento en población, algo sólo superado por el oeste norteamericano, gracias a la fiebre del oro, y el casi despoblado oeste australiano, que con pocos colonos lo duplicabas. El crecimiento no era ni ahí de parejo: la flamante capital había más que duplicado su población y la provincia de Buenos Aires la había duplicado, pero la campeona era Santa Fe que había crecido tres veces y media. Catamarca, en cambio, había aumentado apenas un trece por ciento.

Hablando de la capital, había pasado los 660.000 habitantes, la quinta parte de los que tiene ahora, y era la ciudad más grande de Latinoamérica. Rosario había crecido un 40 por ciento, ya era la segunda ciudad del país, pero llegaba apenas a los noventa mil habitantes. Bahía Blanca arañaba los nueve mil y el pueblo más grande de la provincia era Chivilcoy, con catorce mil.

Uno de los cambios que se estaban notando y feo en este censo entre la Patria Vieja y la Argentina inmigratoria era la falta de mujeres. Los habitantes originarios mostraban la muy normal ventaja numérica de las mujeres sobre los hombres, con 1.497.432 de ellas frente a 1.452.952 de ellos. Pero la inmigración había traído 635.967 varones y apenas 368.560 mujeres. En total, había 222,000 hombres de más, un cinco por ciento de la población total. Nuevamente, una tabla del censo avisa que esta misma desproporción se encuentra en los territorios colonizados del oeste norteamericano y el australiano.

El promedio de extranjeros en el país ya llegaba al 25 por ciento, pero nuevamente su distribución era despareja. La provincia de Buenos Aires está en el mapa con un promedio de casi treinta por ciento, como Entre Ríos y el Chaco. Pero las mayores proporciones se encuentran en Neuquén, Chubut y Santa Cruz, que pican a los dos tercios en poblaciones que, se sabe, eran pequeñas. 

Una de las sorpresas de este censo es la presencia italiana, todavía muy lejos de estar empatada con la española. El 61 por ciento de los extranjeros que vivían en el país eran tanos, apenas el 17 eran españoles y un sorprendente diez por ciento eran franceses. La cuarta colectividad era la de "orientales", con casi 50.000 habitantes, lo que muestra la falta de costumbre de llamarlos uruguayos. Otro mito que se cae es la presencia inglesa, con apenas 21.700 representantes, casi exactamente igual a la de brasileños.

Más sorpresas se encuentran en los casi quince mil rusos, los catorce mil suizos y casi catorce mil austríacos, los mil seiscientos suecos y los casi mil quinientos norteamericanos, que no sólo era Bagley. Ya había más de trescientos "asiáticos sin especificar" y casi lo mismo de africanos, también sin detalles. El escritor Guillermo David, un experto en cosas raras, tal vez descubra algún día qué hacían entre nosotros catorce persas...

Pero si tanto francés y tanto suizo pueden llamar la atención al argentino moderno, el verdadero tema es lo que no había en 1895: latinoamericanos. Había chilenos, como había bolivianos y peruanos, brasileños y "orientales", en cantidades pequeñas. Pero el censo registra nada más que 110 mejicanos, el mismo número que rumanos, 52 venezolanos, 28 colombianos, 15 ecuatorianos, diez haitianos, cuatro guatemaltecos, tres salvadoreños, dos "costarriqueños", nicaraguenses y hondureños.

¿Quién era el tipo más raro del país? El único dominicano que vivía entre nosotros, aunque tenía que compartir el título con el único súbdito del reino de Siam que andaba por estas pampas.

Para el tercer censo, de 1914, ya tocábamos los ocho millones y los extranjeros llegaban al record de ser el treinta por ciento de la población. Roque Sáenz Peña, que lo encargó, no mandó a contar viviendas, pero todo hace suponer que seguíamos apiñados.

Después pasaron treinta años sin censos, hasta que Perón ordena el suyo en 1947. Ya éramos casi 16 millones, con 3.485.182 viviendas, lo que muestra una clara baja en el promedio de personas por casa, ahora de apenas cuatro. Este es el primer censo realmente global, porque cuenta la población de la Antártida Argentina y hace un estimado de la de las Islas Malvinas. 

Curiosamente, tomó sesenta años duplicar la población, el doble del tiempo requerido en los censos anteriores. Para 1980, había un promedio de tres argentinos por vivienda disponible.