La última vez de la banda sueca Ghost en Buenos Aires había sido en 2017. Por entonces llegaba como una de esas atracciones principales, pero no tanto: tocó a la luz del día en el Maximus Festival, en Tecnópolis, sobre el escenario donde más tarde se presentarían Five Finger Death Punch y Prophets of Rage. También concretó un show en Vorterix, recinto que por entonces se ajustaba a su convocatoria. Acababa de lanzar el EP Popestar, casi como continuación de Meliora, el disco que probablemente sea su obra cumbre hasta hoy.

No parece casualidad que aquella mención al estrellato pop -en juego con la personificación papal de Tobias Forge, su cantante y líder con máscara de látex-, coincidiera con una tendencia que el grupo tomaría cada vez con mayor convencimiento. Principalmente, desde que se develó que el conjunto ahora era Forge y algunos músicos sustituibles.

Por aquel entonces, el aura tenue de ocultismo y la mínima posibilidad de un satanismo cierto que los nórdicos venían proponiendo -con una herencia cultural importante-, quedaban ya lejos. Se blanqueó que la simbología anticristiana era una puesta en escena simpática, inofensiva y, al mismo tiempo, muy atractiva. Así llegaron anoche, seis años después, a un Movistar Arena colmado por 15 mil personas.

En 2023, dos LP y algunos EP después de Meliora, Ghost se consolidó como una banda que puja por trepar en el escalafón del rock mundial. Esto, a fuerza de una propuesta que confunde permanentemente al heavy metal y al pop -desde Mercyful Fate hasta ABBA-, dos estilos con aparente distinto propósito que, en este caso, convergen en una misma búsqueda: masividad y trascendencia.

Era posible entonces ver a dos monjitas satánicas caminando por la avenida Juan B. Justo en dirección al recinto de la mano de su madre, o señores de barba canosa con el rostro pintado en modo seudo satánico, deambulando por los pasillos. El llamado a esa variedad de edades es un logro importante para una banda de rock no clásica de este tiempo.

El show sintonizó con la propuesta de los suecos de los últimos años. En este caso, el arribo a la Argentina tuvo que ver con Imperatour, la gira de presentación mundial de Impera, su último larga duración, que amplió la faceta pop y cancionera ya evocada en Prequelle (2018). Ese espíritu se ve en la vocación por los estribillos y riffs gancheros, y también en una forma de producir, en el que las guitarras no ocupan el primer plano. Algo bastante distinto de lo que habían insinuado en Opus Eponymous, su disco debut de 2010, donde la suciedad de las guitarras se destacaba dentro de una producción al estilo underground, cuando todavía no se sabía bien quiénes o cómo conformaban la banda.

Pasada la primera tanda de canciones (“Kaisarion”, “Rats”, “Faith”, “Spillways”), podía observarse el buen gusto del compositor, pero también que esta versión de Ghost subestima el poder de una guitarra bien al frente para una presentación en vivo. Podría pensarse que se trató de un asunto de consolas, pero teniendo en cuenta las últimas producciones, se vio más bien como una decisión artística.

Son suposiciones. En todo caso, la banda sonaba ajustada técnica y conceptualmente, y así sería por el resto de la noche. En este show nadie se sale ni un yeite ni un gesto ni una nota por fuera del libreto. Excepto el cantante y líder, Tobias Forge, personificado como Papa Emeritus IV, cuando se dirige al público. Unas veces pide que retrocedan porque los de más adelante están siendo “exprimidos”; otras, recuerda cada lugar de Buenos Aires por el que pasaron, como aquella primera vez, en la que telonearon a Iron Maiden y Slayer en River, hace exactamente 10 años.

Decisiones sonoras aparte, durante las casi dos horas de concierto transitaron grandes canciones de diferentes momentos. “Ritual” o “Con clavi con Dio”, del disco debut, ofrecen esa combinación de dulzura, religiosidad invertida y mugre tan propia del grupo como las más recientes “Call Me Little Sunshine”, “Mary on a Cross” -de su EP sesentero Seven Inches of Satanic Panic-, o “Cirice” y “Absolution”, dos picos de su disco más logrado.

El público sonrió por un rato. Eso consigue la música, aun cuando se trate de un show poco espontáneo. A la hora de los bises, el volumen pareció crecer. “Kiss the Go-goat” preparó el ambiente para “Dance Macabre” y “Square Hammer”, dos hitazos del -no tan- nuevo Ghost que, con un epílogo festivo, dejó en el aire la sensación de que el rock todavía es capaz de crear ilusión.