Mucha gente se sorprendería al saber que nuestra selección es por lejos la mejor organizada de las 24 que disputarán el Mundial. Un ejemplo curiosamente ignorado por quienes viven quejándose de nuestro destino de gauchos indolentes.

Son cuatro años los que el doctor Carlos Bilardo lleva luchando contra aquella sentencia de Borges de que todo "...no es más que un infinito juego de azares". Nada quiso dejarle librado Bilardo a su ciega trama. Así, Burruchaga practicó solitario en un campo francés, centros que Ruggeri simulaba cabecear en Madrid durante los descansos que le dejaba el estudio de la vida y obra de los centrodelanteros que le tocará marcar. Bilardo viajó y viajó a Europa para ver qué le cocinaba la señora a Pumpido, para hacer sesiones de entrenamiento en el living de Caniggia, para elegir un año y medio ante el lugar de concentración durante el Mundial, para mostrarles videos a los jugadores. Sus ayudantes, en tanto, filmaron, averiguaron, ficharon a equipos y jugadores rivales o potencialmente rivales.

Nada quedó al azar, ni siquiera el sonido ambiente del estadio Giussepe Meaza, donde Argentina abrirá el Mundial. Tampoco el arte de dominar el tiempo, gracias a la táctica de rodear de compañeros al jugador caído para evitar que los camilleros se lo lleven. No fue fácil la lucha de Bilardo, el éxodo de jugadores al exterior —del que sólo se salvaron España e Italia— lo atacó al igual que todas las selecciones, incluida la de Holanda, el equipo más rico futbolísticamente.

Pero no estuvo solo. Algún periodismo jugó sus fichas a su favor en el desigual combate y en nombre de las computadoras, los programas que todo lo prevén hablaron de su "fútbol del futuro". Otros quieren ver que el azar se venga sobre la hora, porque a Maradona le pisaron el dedo gordo y Burruchaga, tras mimarlo 4 años, se enferma justo una semana antes. No faltan quienes sospechan que Bilardo decidió recurrir a las trampas —única forma, ya se sabe, de vencer al azar—. Porque, a decir verdad, Bilardo debe enfrentarse a un duro oponente: el técnico soviético que dirige Camerún con el axioma: "No me gusta la improvisación. Los jugadores deben ajustarse a una táctica”. Sin embargo, uno y otro dependen de algo que la misma genética no prevé aún: Diego Maradona. (Se omiten las ocurrencias de otros jugadores para no complicar.)

Que Argentina no se clasifique raspando, o que termine su actuación apenas en la segunda ronda, depende hoy de dos dedos gordos. O lo que es lo mismo: 4 años de una uña encarnada. Tal vez no hubiera ocurrido si Bilardo apostaba al fútbol y a los jugadores. Después de todo, y como dijo Borges, "vencer y ser vencidos son caras de un azar indiferente".

* Nota publicada en Página/12 durante el Mundial de Italia '90.