Como ha dicho una serie coherente de barbaridades sin pudor alguno, lo de Acuña no es un desliz discursivo, es una declaración de guerra. 

Declara la guerra contra los institutos de formación docente y contra los maestros por su supuesto escaso capital cultural atribuible, según ella, a su origen pobre. 

Se pone en guerra contra los gremios y los maestros que bajan línea por defender frente a sus alumnos sus derechos a cobrar un salario digno y a tomar partido por un mundo más justo y solidario, al que no se llega nunca con el mero esfuerzo individual.

Para esta guerra, Acuña necesita soldados y aliados, y los busca en los padres apelando al peor de los valores que una persona puede transmitir a sus hijos: la delación. 

Acuña imagina un ideal de una escuela aséptica, sin conciencia de clase, sin ebullición ideológica y sin inmersión en la realidad cotidiana de los postergados. La escuela que
concibe también baja línea, pero ella no lo admite. Es la línea que necesita el poder económico para perpetuarse y perpetuar la injusticia.

Ante esta declaración de guerra no podemos mirar mucho al costado, debemos unirnos padres, educadores y alumnos para enfrentarla y lograr que finalmente se vaya.

* Biólogo molecular. Profesor UBA, investigador del Conicet.